Indice:
Aproximación al concepto de "cultura".
La característica esencial
Estado y cultura
Nacionalismo y cultura
El mito nacionalista
Breve apunte sobre el papel de la "izquierda" y los movimientos "progresistas".
Inicialmente se analiza el concepto de cultura para subrayar aspectos clave de ese ámbito de la vida humana esenciales para entender la relación entre nacionalismo y cultura. A su vez, puesto que el nacionalismo es una doctrina que pretende definir cuales deben ser los límites, constitución y bases de legitimidad de los estados, y, con esos principios, construir el "suyo", el estado étnico, es necesario repasar las relaciones existentes entre Estado y cultura; finalmente, con esta preparación, puede entenderse la conexión y la actuación del nacionalismo en el ámbito de la cultura.
Como sucede con otros conceptos resulta difícil dar una definición completa y definitiva de la idea de "cultura" pues abarca muchos aspectos y es susceptible de aproximación desde numerosos puntos de vista.
Algunos consideran que la cultura está constituida solamente por "ideas", y según otros, por "ideas y comportamientos". Su significado corriente ha variado en función del "uso" que se ha hecho del término.
En ocasiones se utiliza el término "cultura" para indicar el cultivo del espíritu, de las artes y de las ciencias. Es frecuente también ampliar el significado para incluir tanto a esas actividades intelectuales como a las morales.
Con éste término no nos referimos -aunque suele hacerse coloquialmente- al grado de instrucción académica o de refinamiento de un individuo concreto, en cuyo caso deberíamos calificarlo como un individuo "cultivado" o "educado". El término "cultura" se reserva para grupos humanos más o menos amplios, tales como: sociedades, organizaciones de cualquier tipo, o incluso empresas, y como se ha indicado, no se refiere exclusivamente al nivel de conocimientos.
En Antropología (ciencia que estudia al hombre como "ser natural") se le da una dimensión aún mayor alcanzando todos los aspectos: intelectuales, tecnológicos, artísticos, materiales etc.
A continuación señalamos algunas de las aproximaciones formuladas:
Todas estas definiciones parecen iguales pero sus diferencias son sutiles e importantes. Se han resaltado algunas palabras clave para centrarnos en el aspecto que consideramos esencial de eso que llamamos cultura, en lugar de fijarnos pormenorizadamente en su contenido.
Se sobreentiende que la cultura condiciona al individuo, pero hay dos posturas extremas al respecto:
La realidad no parece ajustarse a ninguna de esas posturas como lo evidencia la existencia de: procesos de aprendizaje, entorno, transformaciones culturales, cambio cultural, culturas generacionales etc, que no concuerdan con ninguna de esos dos esquemas.
Finalmente, como forma de expresión individual o colectiva de un cierto orden social, producido como consecuencia de un estilo de vida compartido, la cultura se manifiesta adoptando "formas" exteriores, visibles, tales como: costumbres, edificios, libros, música, entretenimiento etc, y con relación a ello suelen considerarse, en una misma sociedad, las oposiciones entre alta cultura /baja cultura, o, cultura elitista / cultura popular, cuya definición nos llevaría a interminables complejidades, pero de un modo aproximado podemos describirlas del siguiente modo:
Si nos preguntamos qué relación guarda esto con las anteriores definiciones, entramos en un mundo de paradojas. En un mismo grupo humano encontramos culturas realmente distintas, particularmente las "culturas de clase"; en medio de este magma, la cultura popular admite numerosas interpretaciones, por ejemplo, puede ser una reacción contra la cultura dominante, y por lo tanto, una forma de enfrentarse al poder; también puede ser vista como la verdadera expresión de la democracia, o contrariamente como un medio para el aborregamiento y modorra social con la finalidad de inhibir toda concienciación y movilización contra el poder establecido.
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Al margen de las anteriores consideraciones cuya finalidad es aproximarnos al concepto de cultura, lo más importante a retener es que, cualquiera que sea su interpretación, se trata de "una característica adquirida" (o sea aprendida, no procedente de la naturaleza: no natural).
También hay que resaltar el hecho de que la cultura no es una entidad autónoma que existe por sí misma; la "lleva" el grupo humano, preexiste a los individuos concretos que lo constituyen en un momento dado, y en éste sentido son "con-formados" por ella, pero a su vez es el individuo quien la crea, transforma y cambia por completo. Aunque se le quiera asignar un carácter esencial, realmente es un producto de la actividad conjunta, y como tal, en el seno del grupo productor se dan amplias variaciones.
El hecho decisivo es la forma de transmisión de una generación a otra de esos rasgos y estilos compartidos, que es por aprendizaje y por imitación. Hay un cierto grado de imposición, pues una parte del aprendizaje es formal, esto es a través de la escuela y las instituciones, y otra parte de la adquisición se produce de modo informal en el seno de la familia y del entorno social.
Es capital retener que la cultura no se transmite genéticamente, sino socialmente, mediante el aprendizaje y la imitación.
Esta circunstancia es de una importancia capital. Si la cultura se transmitiera genéticamente, la influencia del individuo sería nula; los rasgos culturales dependerían de los cambios y evoluciones (mutaciones) genéticas. El cambio sería continuo y no controlable; la cultura resultante sí sería "esencial".
Como no es así, como está en manos de los hombres, de la sociedad, los hechos culturales son "manipulables", es decir sometidos al "control social" o lo que es lo mismo al control de quien controla la sociedad, y, a voluntad, pueden permanecer tan inmutables como se quiera (y de hecho así ocurre). Inversamente, por esa misma condición, pueden ser tan cambiantes como convenga, esto es así porque la cultura es una "construcción social" (y no genética). La cultura dentro de un grupo puede cambiar con gran rapidez.
De este modo los rasgos culturales, aunque parezcan algo "dado", no son así, pues obedecen a una voluntad deliberada, la cultura es "la reserva perpetua y a veces transformada y manipulada de rasgos adquiridos" (E. Gellner en Nationalism 1995).
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En la sociedad agraria, feudal, e incluso en el período preindustrial, las diferencias culturales entre los diferentes estamentos de la misma, no solo no crean problemas sino que, por el contrario, son un signo garantizador de la estabilidad en el orden ancestral.
La sociedad industrial, que se desarrolló dentro de unidades políticas preexistentes (Estados), implica la aparición de una gran complejidad, inusual hasta entonces, de relaciones de todo tipo (laborales, familiares, etc.), y con ello la necesidad de asegurar la intercomunicación y la difusión del conocimiento que permitieran tanto la movilidad y el intercambio, así geográfico como social (exigencias de los nuevos métodos de producción y de las nuevas técnicas).
Por primera vez (s. XIX), los Estados necesitan prestar atención al hecho cultural, y especialmente a la educación como elemento de cohesión y cauce común (organizativo y también lingüístico) exigido por las transformaciones sociales que el rumbo de la economía impone.
Al mismo tiempo se ponen en evidencia las posibilidades de la cultura para la movilización de amplios sectores de la población, y lo susceptible que resulta para la manipulación o invención (como acabamos de ver).
Los antiguos estados históricos, constituidos y con continuidad histórica durante varios siglos (típicamente España, Inglaterra, Francia y Portugal), en su largo proceso hasta la transformación en Estados públicos y en sociedades industriales no experimentaron grandes dificultades de orden cultural en el proceso de estos cambios, las verdaderas diferencias culturales se daban entre clases y estratos más que entre territorios.
Otros, como Alemania e Italia, cuya formación como estados es muy reciente (finales del s. XIX) poseían la base cultural común (más o menos) adecuada para la construcción de Estados. Esta no es la situación en los paises del Este de Europa y más allá (Balcanes, Cáucaso, Volga, Asia central), donde la mezcla de culturas, y etnias, constituyen un verdadero mosaico; la creación de Estados en esas condiciones no se emprendió hasta la aparición del nacionalismo y naturalmente en medio de grandes violencias y limpiezas étnicas.
Salvo en estos últimos, y recientes, casos, los Estados-nación no se forjaron específicamente "contra" ninguna cultura concreta (entre otras razones porque ese asunto ni les preocupaba), sino buscando la máxima cohesión, y particularmente, a partir de la Revolución Francesa, tratando de realizar el principio de la igualdad, que como afirmación inicial se tradujo en eliminar barreras, aislamientos y privilegios locales.
No obstante, el proceso unificador de los Estados, es explicado hoy en día como una "agresión cultural premeditada" y genocida.
Semejante punto de vista, que es sostenido por algunos sectores (generalmente intelectuales "sin causa" y "progres" de clase media), forma parte del discurso actual derivado del relativismo cultural, que considera extremadamente valiosas e iguales todas las formas culturales, y halla inesperados tesoros en las mínimas diferencias.
Se apoya también en "peculiares" interpretaciones de ideas como "tolerancia", "democracia" y concepciones hipócritas del respeto a los demás, y en la aceptación de la "mala conciencia" que se extiende por amplios sectores de la población occidental de la mano de los "deshechos intelectuales" y "militantes sin partido" resultantes del hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición del comunismo y de toda la "izquierda". Todos estos residuos de ideologías fracasadas extienden, mezclando en una espesa amalgama un montón de aspectos, como ecología, solidaridad, o todo el montaje alrededor de la "caridad laica": las ONG's, que realmente no son más que un nuevo sector industrial, la "industria de la caridad y la compasión", en guerra feroz entre sí, a la caza de la subvención (porque ni prestan servicios ni producen nada; viven de los impuestos de todos, aumentando la inflacción y devaluando nuestro dinero).
Este caos, está creando en el mundo occidental una verdadera "quinta columna" de los movimientos fundamentalistas y totalitarios alimentados por los ricos estados árabes (aunque sus poblaciones estén empobrecidas) y los intereses de las grandes corporaciones industriales necesitadas de destruir los poderes políticos que las superan.
Pero este es el punto de vista que conviene a los nacionalistas, pues no solo encuentran aliados inesperados, sino que les permite justificar lo que ha sido su actitud desde el nacimiento de esa ideología: un constante definirse "contra" todo lo que es "otro", un constante declararse amenazado y rodeado de enemigos. Su acción, palpablemente la constatamos a nuestro alrededor, es agresiva y exterminadora de cualquier otra expresión cultural cuya presencia no tolera: es excluyente.
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Hemos visto como, con el paso a la modernidad, la función social y política de la cultura ha cambiado, su relevancia en la vida política y en la de los ciudadanos corrientes puede asignarse a tres hechos fundamentales:
En relación con estos tres hechos, y en particular para estos últimos grupos, la cultura adquiere una dimensión decisiva:
El nacionalismo es la expresión máxima de la transformación de la identidad cultural en "identidad colectiva" (no identidad "del colectivo") y ese sujeto "colectivo" que posee esa identidad es el "pueblo", que aparece como un verdadero "ser", cuya alma, sentimientos, pensamientos y designios son distintos de los de cada individuo que se desvanece en la nada.
La cultura, como signo de esa identidad, es un resorte poderoso en manos de esos grupos sociales, es el medio adecuado para alcanzar las cotas de poder y privilegio ambicionadas.
La "identidad cultural" es un complejo cuya realidad es dudosa, al menos con el alcance radicalidad y determinismo que le da el nacionalismo, pero con su manipulación ha logrado hacerlo pasar como un axioma evidente.
Pretenden situar las bases de la identidad en datos objetivos (étnicos y culturales) que vienen dados por la naturaleza, tales caracteres son: la lengua, la etnia (mitos, costumbres, tradiciones, ritos, historia) y la religión y según los nacionalistas definen al "pueblo nacional", aunque como demuestra E. Gellner ni con esas bases se logra la definición de nación exclusiva que pretenden los nacionalistas, pues otras realidades humanas cumplen con esos criterios sin ser por ello naciones.
De cualquier modo, para los nacionalistas, la identidad cultural es la que determina los límites de la "nación", y por lo tanto queda definido el concepto de "nación" como nación "natural" pasando también a ser un axioma que no requiere demostración (E. Sádaba en K33). Todos esos caracteres, según ellos, provienen del fondo de la Historia, preexisten a la nación y van más allá del presente.
Particularmente las "lenguas" contienen el espíritu de los pueblos (Volkgeist) y definen las culturas propias, genuinas, que según los nacionalistas son las unidades naturales en que se halla constituida la Humanidad desde siempre, es decir que no es un todo, sino un conjunto de unidades autónomas y separadas.
La mezcla de culturas supone, por lo tanto, romper el "orden natural", y es odiosa porque las deteriora y las hace menos auténticas. Según el profesor Taylor esta situación resultaría desastrosa para las personas, que serían unas desgraciadas, ya que no podrían "realizarse" auténticamente, pues una persona solamente puede llegar a serlo dentro de una cultura: la suya propia (¡esto atufa a predeterminación genética!); negarle eso a alguien es negarle la "buena vida" a la que todos tienen derecho. Aunque el profesor Taylor trata de justificar y fundamentar el integrismo nacionalista, con argumentaciones, vueltas y revueltas complicadas, sus bendecidos pronto dejan de seguirle. A los nacionalistas no les tiembla el pulso cuando invocando a su "gurú" hacen justo lo contrario: homogeneizan a la fuerza a la población que cae bajo su dominio, como ocurre ahora en nuestra tierra con la imposición lingüística y cultural... ¡aquí ya no se trata de "buena vida", ni cultura propia, ni auténtica, ni realización, ni diversidad, ni tolerancia, ni nada! Se trata lisa y llanamente de limpieza étnica, limpieza cultural y subordinación de un grupo a la etnia "superior"; se trata de la tiranía, de la opresión y de la negación de los derechos humanos, y en las Vascongadas incluso la negación del derecho a la vida... ¡Taylor!.
Realmente todo esto parecen burradas, pero no se trata de los tópicos románticos de Herder, estas afirmaciones son completamente actuales y objeto de serios, difíciles y complejos análisis (p.ej, Ch. Taylor "Multiculturalism and the Politics of Recognition" 1992 Princeton University Press, Susan Wolf, y un largo etcétera).
Con el nacionalismo siempre nos encontramos con la misma pauta de la doble moral: el mismo hecho es bueno o malo, tolerable o intolerable dependiendo de que se lo hagan a ellos (real o ficticiamente, pues dominan el arte del victimismo) o de que sean ellos quienes lo ejercen sobre los otros (cito como ejemplo la inmersión lingüística; bajo el franquismo pedagogos y lingüistas internacionales la habían calificado de aberración educativa y genocidio cultural causa de innumerables daños y sufrimientos al pueblo catalán; ahora la misma inmersión, pero en catalán, vista por los mismos pedagogos y lingüistas - notablemente Noam Chomsky del MIT - se desdicen de sus anteriores conclusiones "científicas" y estiman que la inmersión, aunque sea forzosa, en una lengua extraña no materna, lejos de ser un genocidio cultural es una ampliación de horizontes, y la barbarie pedagógica tampoco es tal, pues según demuestran las "investigaciones", potencia la inteligencia y la capacidad de aprender, en particular ¡Matemáticas! ... sin comentarios.
Interesa resumir, ahora, los hitos de la gran falsificación:
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En conjunto el nacionalismo apoya su actuación en un mito que ha sabido crear, difundir e implantar con éxito. Se trata de un mito clásico, común a todos los nacionalistas, compuesto de unos elementos básicos esenciales construidos a partir de retazos de antiguas leyendas y sagas, reunidos convenientemente, para encarnar al nuevo monstruo, pero revestidos de lenguaje e imágenes actuales. Se trata de los siguientes arquetipos (modelos abstractos):
El mito nacionalista funciona, es completamente irracional y por ello inatacable, una vez lanzado proporciona la adhesión y la movilización ciega. El individuo capturado por el mito es a partir de ese momento inmune a toda otra influencia.
El interés por la cultura, y su sacralización, proviene del s. XIX, de la reacción romántica contra la razón.
La nación, culturalmente definida y sacralizada, se convierte en un sustitutivo de la religión pero no incompatible con ella, pues como vemos, ambas religiones coexisten e incluso, en nuestros días, los restos de la religiosidad moribunda han encontrado un inesperado y eficaz aliado en el nacionalismo.
El dominio del ámbito cultural es clave para el nacionalismo porque le permite "llenar" el imaginario social con sus símbolos y sus afirmaciones, de ese modo, como el ámbito cultural es el medio en que se desenvuelve cotidianamente el individuo, se logra su control total alcanzando bien sea su colaboración, o en el peor de los casos la paralización de la disidencia.
La persistencia en los caracteres culturales como identidad, mediante la propaganda constante, y la simplicidad de la misma, que no requiere ni preparación ni análisis facilita la difusión, aceptación y adhesión de la misma.
Cinismo, hipocresía, arbitrariedad... el mundo de la caverna nacionalista es tenebroso, irracional y muy peligroso, pues el "espíritu heroico" del romanticismo hace de los nacionalistas activistas "revolucionarios", como suelen autodenominarse, en realidad salvapatrias agresivos.
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Breve apunte sobre el papel de la "izquierda" y los movimientos "progresistas".
A partir de la Revolución en Rusia, la URSS apoyó los movimientos de autodeterminación (si bien internamente, en su propio seno, de forma exclusivamente nominal) y de hecho a todos los movimientos que se adhirieran a la ideología socialista, asociando de algún modo que socialismo y nacionalismo compartían la lucha "antiimperialista".
Lenin afirmaba que la revolución socialista en Rusia provocaría una gran desestabilización mundial bajo la forma de crisis económica y consiguiente revuelta de los trabajadores en los paises occidentales; en esa fase los nacionalismos jugarían un papel desestabilizador en su oposición a los gobiernos. De este modo, según Lenin, las concesiones y la satisfacción de los nacionalismos engendraría una gran solidaridad internacional entre los pueblos oprimidos del mundo.
No fue así, nada de eso ocurrió, pero sí la exaltación de las ansias de autodeterminación y la imposibilidad de satisfacer las exigencias nacionalistas. El nacionalismo, ambivalente, igual sirvió a los paises recientemente descolonizados, pobres y atrasados, para proporcionarles el enemigo exterior necesario para justificar las ineficiencias internas, como a las áreas ricas (y explotadoras) para utilizar la coartada "antiimperialista" en un increible juego de malabarista con las palabras.
La crítica moral del socialismo a los "valores" capitalistas sirvió de refuerzo al nacionalismo en cuanto defensor de los valores tradicionales y locales. Por estos caminos se produjo la aproximación, circunstancial, entre socialismo y nacionalismo y no por ninguna coincidencia de contenidos.
El nacionalismo ha adoptado del socialismo solamente la denominación para aparentar un progresismo que legitima sus objetivos.
Estos ámbitos dominados por intelectuales y elementos instruidos de las clases medias, siempre han desdeñado las creaciones culturales de las clases bajas, tildadas de chabacanas, populacheras y de mal gusto (J.P.Fusi "Un Siglo de España: la Cultura" 1999), negando o desestimando el papel de dichos sectores en la creación de sus propias referencias; de espaldas a ellas, e investidos de su exquisitez, han desvalorizado, y desprestigiado, un campo simbólico, el único capaz de oponerse al nacionalismo.
Ese ámbito, no obstante, existe, aunque invadido y agitado por la industria cultural de los "mass media" y su sagacidad para detectar, y explotar, lo que hace vibrar y mueve a la gente, aunque naturalmente sin organizarlo para un fin político ya que no es ese su objetivo.
El elitismo cultural de los movimientos "progresistas" (rupturistas, contraculturales, provocadores, "vanguardias", etc.) alejándose del pueblo llano cae de bruces en el dominio cultural de los nacionalistas, donde se conjuga la sacralización y esencialización de la "tradición popular" con las ansias de ocupar plaza en las "vanguardias", que solamente florecen alrededor del dinero.
Esa "tradición popular", que sí admiten, se halla convenientemente depurada tanto de elementos "incómodos", tachados de foráneos (p.ej. los toros), como de otros impresentables o contradictorios con sus idealizaciones, y trufada de invenciones ennoblecedoras hasta convertirla en expresión de los más delicados espíritus, como corresponde a la adorada nación, pues nada puede haber en ella de bajo, grosero y soez.
Entre esas dos tensiones (el tradicionalismo y la vanguardia) se mueve el nacionalismo y la "progresía" de las viejas izquierdas, pero en ambas áreas domina por completo el campo cultural, al que coloniza, como generador de símbolos con cuyo poder y persistencia impregna a la sociedad creando la ilusión de "identidades".
Finalmente esas identidades acaban siendo asumidas generando adhesión y militancia como reza la frase: "hacer país", y la consiguiente sobrevaloración individual y grupal (social).
Con la connivencia de las viejas izquierdas (y de los nuevos progres), toda expresión cultural exterior al canon nacionalista fluctúa en la nada y vaga errática en el vacío. El socialismo ya no es más la prolongación ética, universalista y racionalista de la Ilustración.
El nacionalismo apropiándose por completo de la cultura, la convierte en ideología, esto es en un sistema totalitario que fatalmente es asumido por ciertos estratos de la población.
Del mismo modo, la cultura impregnada de nacionalismo es barbarie.
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