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NUESTRA LENGUA

La primitiva lengua que apareció en Castilla, aluvión de numerosas formas de hablar, se extendió rápidamente por toda la península, dada su facilidad, claridad y concrección temprana, impulsada por el incremento del comercio paralelamente a la Reconquista y al incesante trabajo de los monasterios. Así pasó a ser una lengua común sin obedecer a ningún propósito deliberado, y hoy prácticamente perseguida en las zonas de la península dominadas por los nacionalistas.

El norte de Castilla, llena de las fortificaciones que empezara a construir el rey Alfonso II en el siglo VIII y cuyo nombre es anterior a ellas, era un territorio fronterizo muy amplio donde confluían gentes diversas, de todas las zonas del norte peninsular, huidos del sur musulmán, y de todo el Occidente europeo, que al dejar sus lugares de origen abandonan costumbres y hablas.

La primitiva Castiella (y también Castella Vetula o Vetra) comprendía las actuales Merindades, valle de Mena, parte sur de las montañas cántabras y valles alaveses próximos. A la muerte del conde Fernán González comprendía la totalidad de las actuales provincias de Burgos y Vizcaya, la mayor parte de Cantabria y Álava, y pequeñas comarcas de las provincias de Guipúzcoa, la Rioja, Soria y Palencia.

La lengua que allí se utiliza no es ninguna de las originales de ellos, sino otra que recoge giros y acentos de todas para crear una que será común. Además, esta característica le permite evolucionar más rápidamente que el leonés porque es más innovadora y escoge tempranamente la fijación de las palabras, contando con la ventaja de carecer, en principio, de tradición culta.

Sin criterios ni imposiciones, y no como ciertos dialectillos pueblerinos con aspiraciones, caso del catalán, un latín afrancesado decantado interesadamente en el siglo XIX, con numerosos arcaísmos españoles, que le asemejan por ello al italiano; o el vasco, una fusión artificial en base a algunos de los varios dialectos “ de valle ” vascos pre-románicos, de origen ibero.

Por otra parte es un idioma cuyo sustrato ya está implantado desde antes de la llegada del latín, y surgido de las lenguas iberas anteriores a este, con el que está emparentado.

Es una lengua impulsada por la pujanza comercial de Burgos y por las necesidades burocráticas inherentes al creciente tráfico comercial y humano. Lo mismo ocurrió en Andalucía tras la derrota musulmana en las Navas de Tolosa, el 16 de Julio de 1212.

Ante la inexistencia de un cuerpo lingüístico anterior escrito (por ejemplo, de leyes, que en Castilla eran sus usos, “ fazañas ”, orales) tiene la ventaja de escribirse tal y como se habla. Además, es el más extendido y tiene la cobertura de los escribas de los monasterios. Hay documentos de 1090, de 980, de 804. Porque el texto más antiguo no son las Glosas Emilianenses, del Monasterio de San Millán de la Cogolla, sino las del Cartulario de Santa María de Valpuesta, en Burgos, fechadas en el año 804, y que además, a diferencia del castellano de las Glosas, no está en navarro-aragonés sino en español puro.

En el siglo XIII, la castellanización era absoluta, y en el sur la lengua romance mozárabe, ligeramente distinta a la del norte, fue absorbida por esta a través de los contactos comerciales, con centro en Toledo, y a medida que la zona cristiana se amplía.

La adopción del viejo “Fuero Juzgo” leonés por todos los fueros concedidos a las ciudades y la adaptación castellana de los conocimientos del Derecho romano y de las ciencias, hecho por Alfonso X, que además integró económicamente el sur con el norte, bajo el impulso del fuerte crecimiento demográfico, contribuyó al afianzamiento del idioma.

En el siglo XV, con la llegada al trono aragonés de Fernando, de la familia Trastámara, el idioma español, un idioma ya unificado, homogéneo e inserto en el medio económico, penetró en el reino y rápidamente se impuso de modo natural: por comodidad e interés.

A finales de siglo, no quedarían nobles ni intelectuales importantes que se expresen en las lenguas locales del reino aragonés.

En el siglo XVI, en pleno auge del comercio lanero, con centro principal de almacenaje en Burgos y puerto principal en Bilbao, los dos con Consulados Comerciales (del que es copia el Consulado del Mar barcelonés), el 80 % de la población se entendía en español, siendo el grupo lingüístico más homogéneo y numeroso de toda Europa.

En ese mismo siglo, la lengua española tiene un enorme prestigio en toda Europa, no sólo político-económico sino cultural.

El español era un lenguaje ágil, adaptativo y cohesionado, que no tuvo nunca un centro normativo (no lo fue Burgos, ni después Toledo, a pesar de lo que se dijera, ni Madrid con los Austrias) y que, por lo tanto, se extendía rápida y popularmente.

En América, los misioneros pretendieron reservarse para sí el ámbito indígena, en pugna con los colonos y la Corona. En este contexto es en el que se enmarca toda la polémica del padre de las Casas.

Pretendieron aislar a los indios y predicarles en sus lenguas para que su factor unitario fuera exclusivamente la religión frente al poder civil de la Corona. Cuando se percataron de la enorme fragmentación dialectal, escogieron las lenguas más extendidas y familiares y las utilizaron de lenguas francas, con el sorprendente resultado de ensanchar el ámbito de ellas fuera de su espacio originario. No sólo las aprendieron sino que las dotaron de alfabetos y gramáticas.

Lo mismo ocurriría en África en el siglo XIX con el francés y el inglés y con sus misioneros.

Al mismo tiempo se predicaba específicamente contra el idioma español y se instaba a los peninsulares a aprender las lenguas indias. Esta fue la “patriótica” labor de los misioneros.

Los jesuitas en Paraguay fundaron misiones autónomas organizadas para resistir a la Corona y las leyes. Eso y su agitación política acarreó su expulsión en el reinado de Carlos III. El obispo Vasco de Quiroga conspiró para establecer una república indígena en Michoacán. La Corona tardó en entrever las maniobras traicioneras y la necesidad de la extensión del español entre la población en general, por comodidad y como medio de evitar la formación de nuevas castas nobiliarias y de cismas políticos. No obtuvo resultados por la propia oposición de la casta de los criollos (americanos de origen español) y de la política misionera.

El “problema indígena” lo crearon ellos y lo continúan haciendo. Se trata del aislamiento social y cultural del indio con la excusa de la diferenciación cultural o del racismo. Fueron los creadores de una forma prematura de lo que luego sería nacionalismo (y más tarde fascismo).

Afortunadamente, los emigrantes a América eran seleccionados y el idioma que allí cuajó fue de nivel notable (por eso no dio jergas campesinas ni de oficios), y ya en el siglo XVIII se consideraba el habla americana como propia, al extremo de incluir en el Diccionario de Autoridades palabras de allí.

En 1714, con Felipe V se funda la RAE, que fija la norma, aunque un siglo antes ya se había impuesto la norma lingüística del norte frente a la toledana, debido a la afluencia de gentes norteñas a la ciudad que Felipe II convertiría en capital: Madrid.

Bajo el reinado de Carlos III, en el período de 1766 a 1770, se comenzó a aplicar un proyecto ilustrado de construcción de una comunidad política, económica y lingüística. Los resultados fueron limitados dadas las pocas escuelas y el reducido número de burócratas y nobles que recibían educación.

Este proyecto estaba destinado a ser la base de una incentivación de la economía y comercio entre España y América. Lamentablemente llegó tarde y la resistencia de las élites criollas en defensa de sus intereses cerrados (que ellos creían estaban en el comercio anglo-holandés) ya era grande.

Del mismo modo, la construcción de la comunidad lingüística en la península fue obra de la comunidad económica y no de ninguna imposición ni “nacionalismo”, que la nación y pueblo más antiguos de Europa que somos nunca necesitamos ni tuvimos.

En 1796, el periódico de la burguesía barcelonesa, el “Diario de Barcelona”, escrito casi íntegramente en español, definía al español como “nuestro castizo lenguaje ”.

Todo ello sin “normalización lingüística ”, porque en 1895 seguía sin haber una escuela pública española que extendiera y estandarizara la lengua y la cultura entre la población.

Tampoco prosperaron las curiosas “ reformas ortográficas ” americanas de los primeros tiempos de sus independencias, contribuyendo esto a lograr una rápida asimilación de las oleadas emigratorias a través del idioma común español, y creando un segundo mestizaje étnico-lingüístico.

Hoy fijan las normas las 22 Academias hispanas, atentas a las aberraciones y modismos de unos y otros, como las del escritor-terrorista Gabriel García Márquez.

Y hay que llamarlo español, no sólo porque es la lengua de la nación española sino porque la contribución de vascos, catalanes, gallegos, aragoneses y valencianos hace ridícula la expresión “castellano ” en la península, denominación tan necesaria a los acomplejados fascistas vasco-catalanes y a su variopinto cortejo de limpiabotas de otras zonas con su represivo lenguaje.

Nuestro crecimiento es imparable, pronto pasaremos de ser 400 millones de hablantes a 550. Es la lengua más cohesionada (más que otras mayoritarias como el inglés y el chino), la más clara en su fonética y pronunciación, la más racional en su ortografía, sin fragmentaciones dialécticas, con hablantes en los cinco continentes, la que más se aprende en Japón, Corea, Brasil, China y USA, mayoritaria por nº de naciones que la hablan, y por razas y culturas, la 1ª por nº de hablantes maternos y la 2ª mundial, uno de los 5 idiomas oficiales en la fundación de la ONU (con el francés, inglés, ruso y chino), una de las pocas milenarias (España es la nación más antigua de Europa) y la más estable a lo largo del tiempo, la más fácil de aprender de entre las importantes, incluso a través de la lectura ....

Aunque, paradójicamente, hoy, en España, necesita que las instituciones le den más apoyo frente a los poderosos enemigos interiores: la derecha dócil, la izquierda imbécil y la chusma separatista.