Sanz-Briz

Sanz BrizÁngel Sanz-Briz fue un diplomático español, procedente de una familia de comerciantes y mili-tares, voluntario en la Guerra Civil. Nació en Zaragoza el 28 de septiembre de 1910, estudió en los Escolapios e ingresó en la Escuela Diplomática en 1933. En 1939 destinado como encargado de negocios en El Cairo y en 1943 trasladado a la legación española en Budapest. Murió en Roma el 11 de junio de 1980, siendo uno de los diplomáticos españoles más veteranos y respetados. Su gran gesta fue la salvación del genocidio nazi de miles de judíos con una gran dosis de valor, humanitarismo e ingenio.

Todo empezó cuando convenció a las autoridades húngaras para que aceptaran la protección española de los doscientos judíos de origen sefardí, a los que el Gobierno del general Franco reconoció su derecho a la nacionalidad española. Después convirtió las 200 personas en 200 familias, y las 200 familias se multiplicaron indefinidamente al no expedir ningún documento o pasaporte a favor de los judíos que llevase un número superior al 200, según sus propias palabras.

Un sencillo documento en el que constaba el nombre, la dirección y se citaba la petición de la nacionalidad española a través de sus parientes en España. Tal era el falso visado.

Bajo las órdenes del Gobierno español, con su responsabilidad y la ayuda de su amigo italiano, Jorge Perlasca, Sanz-Briz, de 32 años, jefe de la legación española en Budapest, adonde había llegado como encargado de negocios dos años antes, salvó la vida de 5.200 judíos húngaros, alegando su origen sefardí, de marzo a diciembre de 1944, deportados por las tropas nazis en colaboración con el gobierno fascista húngaro de Ferenc Szálasi, dirigente del Partido de la Cruz Flechada.

Mientras los salvoconductos, los “Schutzbriefe”, eran tramitados por las autoridades húngaras, Sanz-Briz albergó a los judíos en once casas alquiladas y les proporcionó comida y atención médica. La única y frágil protección de estas casas era un letrero con la frase: “Anejo a la legación española”.

Fueron 2.795 judíos los oficialmente protegidos en estas casas, y 4.479 liberados de Bergen-Belsen, más 30 sacados de una “marcha de la muerte”, tanto de origen sefardí como askenazí.

Ante la llegada del Ejército soviético Sanz-Briz salió de Budapest, continuando su labor el resto de personal de la legación española.

Trabó amistad en Budapest con Raoul Wallenberg, el diplomático sueco de 30 años que fue a Hungría con la misión de librar de la muerte a los judíos de ese país, y del que se dice que logró salvar a 40.000.

Con motivo del 50º aniversario del Holocausto, en 1995, el Gobierno húngaro rindió homenaje a la labor del funcionario español, descubriendo una placa colocada en uno de los edificios que sirvieron de albergue y refugio a los judíos.

El alemán Oskar Schindler, un empresario aventurero que salvó a 1.200 judíos de la cámara de gas, convenciendo a las autoridades alemanas de que los necesitaba para trabajar en su fábrica, y cuya acción fue llevada al cine por el director Steven Spielberg en su “La lista de Schindler”, merece menos que Sanz-Briz tal honor, tanto por su talante personal como por el carácter y desarrollo de su actuación.

Al igual que ellos, Sanz-Briz posee el título de “Justo de la Humanidad” desde 1989, otorgado por el Gobierno de Israel y figura en el museo “Yad Vashem” de Jerusalén, donde se honra la memoria de los casi seis millones de judíos europeos exterminados.

Sanz-Briz es sólo el más destacado de los diplomáticos españoles que tomaron comprometidas decisiones para salvar las vidas de los judíos perseguidos por el nazismo: Miguel Ángel Muguiro (Hungría), Julio Palencia (Bulgaria), Bernardo Rolland (Francia), José Rojas (Rumania), José Ruiz-Santaella (Alemania) o Sebastián Romero (Grecia).

El hecho de ser funcionario del gobierno franquista ha provocado que una mezquina izquierda le haya ignorado, lo que junto con el tradicional menosprecio de la derecha por los hechos de las gentes del pueblo español, hace que aún no haya obtenido el merecido reconocimiento público y un monumento de su talla, como falta en tantas otras figuras de nuestra Historia. Uno de los nuestros.

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