El reinado de Carlos III, hijo de Felipe V, el primer Borbón español, se considera el inicio de la Ilustración, un movimiento de regeneración que sacudió las sociedades europeas del siglo XVIII y que implicó a no muchas personalidades de diversos ámbitos, a instituciones, al pueblo, y se plasmó no sólo en proyectos.
Carlos III fue un hombre virtuoso, familiar, alegre y sencillo, de trato llano y popular; muy trabajador, tenía la virtud de la puntualidad y el sentido de la dignidad real. Utilizaba la caza como entretenimiento activo, ya que no le atraía la música ni el teatro, afición que ha preservado parte de la naturaleza y el paisaje de Madrid.
Extremadamente sensible a la mentira, su palabra era reconocida en toda Europa. Siempre supo separar sus sentimientos personales de los intereses de España que representaba. Plasmó en las ciudades en las que vivió su preocupación por la arquitectura y el urbanismo.
Se casó con María Amalia de Sajonia en 1737, enviudó en 1760, y le dio 13 hijos, de los que 8 vivieron. Previamente fue rey de Nápoles y de Sicilia durante 25 años, un territorio donde la presencia española se remonta a los siglos XIII-XIV, en sus diversas etapas, y cuya población se sentía fuertemente unida a España.
Allí puso en práctica su actividad renovadora de las estructuras: reforma y construcción de edificios públicos y palacios, gran movimiento artístico y urbanístico, sistemáticas excavaciones arqueológicas en Pompeya y Herculano, que contribuyeron al triunfo del Neoclasicismo, creación de fábricas, incentivo del comercio, reforma fiscal...
El programa real era reforzar al Estado (la Corona), desarraigar la corrupción, reducir el poder político de la nobleza y avanzar en la igualdad legal de la población, asesorada por excelentes administradores, españoles primero y luego italianos, así como el control del poder material de la Iglesia. En este sentido, Carlos III fue un digno representante del regalismo español: el Estado como vigilante de la Iglesia y por encima de ella. Este programa se plasmaría posteriormente en la Constitución de Cádiz de 1812.
Cuando muere su padre el 10 de agosto de 1759, se convierte en rey de España, que entonces tenía unos 9 millones de habitantes; Hace su entrada por Barcelona, como símbolo de la voluntad de reconciliación con los antiguos partidarios del rival de su padre en la Guerra de Sucesión. Sentimiento mutuo, ya que los reinos aragoneses no quisieron reivindicar los viejos fueros, sino que deseaban una integración plena en España, estimulados además por el auge comercial
El recibimiento fue multitudinario, popular e institucionalmente, obteniendo todos los estamentos la atención real y los beneficios económicos. Lo mismo ocurrió en Lérida y en Aragón.
Las Cortes de los Reinos solicitaron una relajación del control de los corregidores reales sobre los municipios, que no lograron, y la plena igualdad con Castilla en la provisión de altos cargos del Estado, que evidentemente obtuvieron ya que el origen de muchos dirigentes estuvo en los reinos aragoneses y vascos.
El temor al poder inglés provocó el Tercer Pacto de Familia y la guerra de 1761, así como la invasión de Portugal, aunque de modo preventivo y lento. Se perdió la Florida en América y no se cumplieron los objetivos dada la falta de preparación del Ejército. El Ejército aún estaba constituido en parte por mercenarios extranjeros, ya que la reciente introducción de las quintas y la disciplina a la prusiana tropezaron con una fuerte resistencia. La marinería carecía de experiencia. Las guerras, fundamentalmente navales, no afectaron a las finanzas por la amplia capacidad de endeudamiento del reino. Asimismo, la ayuda a la rebelión norteamericana fue tan decisiva como la francesa, pero oculta e indecisa por las reivindicaciones de ellos sobre territorios españoles americanos y el contagio rebelde del resto.
Como prevención se acometió en América un gran proyecto de fortificaciones costeras y el reclutamiento de una milicia de 155.000 hombres de todas las razas excepto los indios (siguiendo la política de los Austria de protección de estos), y que al ser el Ejército una institución rehabilitada por privilegios supuso un importante medio de promoción social interracial.
También se reformaron las divisiones administrativas (virreinatos) y se formaron intendencias, que asumieron las funciones de audiencias, ayuntamientos, Consejo de Indias e incluso virreyes.
La promulgación en 1784 del “Código Negro” de protección a los esclavos negros representó una gran diferencia con el trato a esa étnia y las leyes en otros países.
La reforma económica en América era más complicada. A pesar de las apariencias, la plata americana era sólo un 20 % de los ingresos de la Corona, que descendió a un 10 % en el siglo XVII por el gasto creciente de la administración americana. Además, el 90 % de las mercancías hacia América eran extranjeras.
La eliminación del sistema de convoyes marítimos y la aplicación del reglamento de 1778, por el que se abría el comercio a 13 puertos españoles y 22 americanos, no surtió el efecto deseado porque no varió sustancialmente la naturaleza de los productos exportados, y porque los principales beneficiarios, vascos y catalanes (Barcelona y Bilbao) construyeron un monopolio y emplearon sus beneficios en levantar sus industrias sin inversión posterior y buscando el predominio en un mercado que mantuvieron cautivo y subdesarrollado a través del proteccionismo.
Fue también el rey que estableció la bandera nacional, en principio bandera de la Marina Real. Ya en la época de los Tercios, en el siglo XVII, sus Compañías lucían Banderas donde el color rojo predominaba, siempre con el aspa roja de la cruz de Borgoña, símbolo de San Andrés, sobre fondo blanco. El color rojo era distintivo de España, y entonces se adoptó oficialmente para diferenciarlo del francés, que utilizaba la cruz blanca. La cruz de Borgoña desapareció en 1931, si bien lo utilizaron los carlistas. Hoy sólo lo llevan los Banderines y Guiones del Ejército de Tierra. A finales de ese siglo también empezó a generalizarse el uso del color gualda en las Banderas de los Tercios. Cuando Carlos III creó una bandera para la Marina Real, simplemente escogió los dos colores que más veía en las banderas militares: el rojo, distintivo de por sí de nuestra Nación en las Banderas y corbatas de Bandera militares, y el gualda, combinándolos en bandas de distinta anchura.
Asimismo, pensando que el escudo no podía ser una acumulación de los de reinos pertenecientes a la antigua monarquía medieval, optó por utilizar sólo los símbolos de Castilla y León: “...colocándose en esta el escudo de mis reales armas, reducido a los dos cuarteles de Castilla y León, con la corona real encima".
En política exterior hubo un acercamiento a Marruecos y Turquía.
En España desarrolló la estructura estatal que construyó su padre. Nombró al marqués de Esquilache ministro de las Secretarías de Hacienda y Guerra. Este fue el detonante de las conspiraciones del mal llamado “partido español”, los reaccionarios conservadores, y la espoleta de la oleada de motines de 1766. Porque el siglo XVIII fue una balsa de aceite social, sólo alterada por la machinada vizcaína de 1718, un conflicto interno entre la supremacía de Bilbao frente al resto de la provincia.
En 1766, una conspiración espoleada en 126 localidades, con profusión de propaganda clandestina, estalló simultáneamente en 39 de ellas. Empezó en Madrid por un prudente y razonado bando prohibiendo el embozo con la capa larga y el sombrero de ala ancha, una moda extranjera y excusa para delincuentes, así como otras medidas: alumbrado público, canalizaciones, medidas de saneamiento, recogida de basuras, que los caseros podían repercutir en los alquileres.
Este último detalle, junto con una crisis de abastecimientos, provocada por un subdesarrollo de las redes de comercialización, la subida de tasas y la liberalización del comercio, de lo que se culpó al marqués de Esquilache, provocaron el malestar popular que fue aprovechado por fuerzas antigubernamentales.
En provincias, la población protestaba sobre todo contra la explotación de las élites locales. Los privilegiados se sentían amenazados por el rescate real de los cargos, rentas y señoríos al precio antiguo, y también por puro conservadurismo.
El clero por el cobro directo del impuesto “excusado” por parte de Hacienda, y por la política conventual del régimen. Y los jesuitas por oponerse al regalismo, debido a su voto de fidelidad al Papa.
En cuanto a las élites locales, controlaban el poder en las ciudades a través de la venta de oficios efectuada por la Corona en los siglos XVI y XVII, utilizándolo para la corrupción política y económica (adjudicación de tierras, exención de impuestos...).
Tras el regreso del rey a Madrid, del que había huido, la investigación culpabilizó a los jesuitas, que fueron expulsados, se formaron procesos a los alborotadores detenidos y se hicieron redadas de marginales y mendigos.
También se aceleraron las importaciones de granos, se mejoró el funcionamiento de los pósitos, se reformaron los concejos municipales y se disolvió la Junta de Abastos.
Tras las manipulaciones de élites locales, clero y parte de los nobles y militares del “partido español”, capitaneados por Aranda (ilustrado pero militar y patriota), y el bloque aragonés, se escondía también la resistencia del tradicionalismo a la construcción del Estado moderno.
La Corona intentó reformar este sistema ante el que el pueblo estaba indefenso. No pudiendo eliminar la privatización de cargos municipales, por la propia naturaleza del Estado, introdujeron de 2 a 4 diputados del Común (pueblo) y un Síndico Personero (defensor); una institución democrática porque eran elegidos en Asamblea por sufragio abierto. Tropezó con la hostilidad de las élites locales y con la apatía de la población, oprimida, por lo que, en el siguiente siglo, sería el caciquismo.
El experimento social más importante fue el de las Nuevas Poblaciones, por el que la Corona intentó remediar, en la medidas de sus posibilidades, la situación del campo andaluz especialmente, sus desigualdades, despoblación e inseguridad, y que tuvo su origen en los informes de los intendentes reales, sobre todo de Olavide.
Consistía en poblar zonas de Sierra Morena, Extremadura, Valencia... con extranjeros o nacionales, sin permitir el establecimiento de mayorazgos ni conventos, con ayuntamientos electivos y escuelas populares, en tierras de realengo, baldíos e incluso privadas, prohibiendo su acumulación o división.
Y es que el objetivo primordial de la Ilustración española era luchar contra las diferencias económicas, porque las sociales, relacionadas con la antigua “limpieza de sangre” o los estamentos basados en la hidalguía, habían desaparecido o eran rechazadas por el pueblo y el Estado: los privilegios sólo se aceptaban si eran utilizados en el servicio a la nación, lo que era la tradición de igualdad institucional española desde los Reyes Católicos.
Ello se reflejaba en la aplicación de las leyes, los impuestos, en la reforma de los mayorazgos y el control de los señoríos, en el incentivo a las Sociedades Económicas de Amigos del País, en los esfuerzos por aumentar la productividad, comercialización y comunicaciones, de mejorar la condición del campesinado, en el reparto de tierras, en la actividad de ministros como Floridablanca o Campomanes...
Asimismo eliminaron la discriminación legal de los judíos mallorquines (“chuetas”) a petición de ellos e intentaron la integración social de los gitanos.
La política eclesiástica del régimen fue de apoyo a los párrocos, intermediarios entre la población y las autoridades, mejorando su calidad a través de la construcción de seminarios y presionando para racionalizar su distribución. La intención era asegurar el correcto cumplimiento de las obligaciones eclesiásticas hacia el pueblo y afianzar el tradicional control de la Corona sobre la Iglesia, mediante diversas leyes que aumentaban el ámbito jurisdiccional del Estado.
Para ello se solicitó un censo a las casas religiosas donde se concentraba el clero regular, más celoso de sus riquezas y prerrogativas que el reformista secular, ajustando su número a sus rentas, y prohibiendo el control del trabajo agrícola por monjes (que atesoraban importantes propiedades), aunque estos se opusieron a dicha ley.
La actitud elitista ilustrada llevó también a la prohibición de las formas más aparatosas de la religiosidad popular (Corpus, Hermandades...), y la falta de resistencia a estas medidas por parte del clero marcó el inicio de la separación entre la cultura popular y la práctica religiosa de modo definitivo. En el siguiente siglo esta separación se volvería política.
En un campo tan importante para los ilustrados como el de la educación, tuvieron una actitud radical frente a los Colegios Mayores universitarios, que habían perdido su misión inicial de ofrecer estudios a jóvenes sin recursos y, a través de impedimentos en la admisión, estaban constituidos mayoritariamente por segundones de la nobleza y la alta burocracia.
Además acaparaban los mejores altos puestos burocráticos y eclesiásticos, siendo el más importante grupo de presión junto a los jesuitas; las reformas lograron desacreditar a los Colegios, ya tocados por su vinculación con los expulsados jesuitas, y en el siguiente reinado fueron abolidos e incautados.
Los avances fueron más evidentes con las escuelas técnicas y menos en la enseñanza básica, en la que se implantó la enseñanza del español y de Historia nacional antes que la del latín, aunque el principal problema era el desinterés de las clases altas por satisfacer la alta demanda de instrucción del pueblo; ni el régimen liberal resolvería el problema.
La Ilustración modificó radicalmente los gustos artísticos, promocionó la industria del libro y se estimularon los viajes al extranjero para el estudio; se fomentaron las ciencias y reorganizaron los estudios militares.
Con su preocupación por la educación, por el servicio a la nación y el reformismo legal, la monarquía ilustrada española estaba inaugurando el Estado moderno y abriendo paso a la liberalización, porque esta sería la base ideológica de la que nacería el liberalismo del siglo XIX, diferente sólo en el carácter, menos reformista y más ideológico, y en su constitucionalismo y defensa de las libertades y de la soberanía.
Carlos III murió el 14 de diciembre de 1788. Fue el rey que quiso serlo para todos los españoles.
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