Paul R. Ehrlich
Paul
R. Ehrlich es un entomólogo de la Universidad de Stanford (USA), nacido
en 1932, que de joven vio sus campos de mariposas diezmados por el desarrollo
urbanístico. En 1968 se convirtió en uno de los científicos
más conocidos, de la rama ecologista, al escribir su obra “La
bomba poblacional”, que vendió 3 millones de ejemplares,
desde la óptica maltusiana más pesimista y radical.
En ella hacía afirmaciones tan graves como que: “un
mínimo de diez millones de personas, en su mayoría niños,
se morirán de hambre durante cada año de la década de los
70”, “Antes
del año 2000 unos 65 millones de norteamericanos iban a perecer por inanición”,
o que “los Estados Unidos de América
no podían sostener una población superior a los 150 millones”,
los que eran en 1950. En el momento de la publicación del libro ya era
de 200 millones y hoy llega a los 275.
En 1969 publicó un artículo en la revista “Ramparts”
titulado “Eco-Catastrophe!”
en el que insistía en sus tesis de hambruna generalizada por el aumento
poblacional. En 1970 “Población, recursos
y medio ambiente”, y en su siguiente obra, “El
fin de la abundancia” (1975), escrita en combinación
de su mujer Anne, preveía ese hecho para los años 80:
“Una combinación de ignorancia,
avaricia, e insensibilidad habrá creado una situación que podría
llevar a que mil millones o más de personas mueran de hambre... Antes
de 1985 la humanidad habrá entrado en una genuina era de la escasez en
la cual las provisiones disponibles de muchos minerales clave se estarán
acercando al agotamiento”.
En 1980 reiteró estas tesis en “Extinción”.
Junto a su mujer Anne creó el movimiento “Crecimiento
Demográfico Cero” (“Zero Population Growth”),
destinado a divulgar las técnicas de control de nacimientos y promoción
de la esterilización.
La teoría de Ehrlich la resume en la ecuación:
I=PAT, siendo: I,
el impacto humano en el habitat natural, P,
la población, A, la riqueza
(consumo medio de recursos por persona) y T,
la tecnología (un índice del desgaste ambiental provocado por
las tecnologías que proporcionan las mercancías consumidas).
Pero lo que iba a hacerle aún más conocido
es su apuesta con un economista, Julian L. Simon, profesor
de la Universidad de Maryland, conocido por haber publicado un artículo
en la prestigiosa revista “Science”
contrario al pesimismo maltusiano anti-industrial, en 1980, que levantó
la mayor racha de protestas de la historia de la publicación.
Simon
se había licenciado en Psicología Experimental por Harvard y había
servido como oficial en la Armada. Recibió un MBA en la Universidad de
Chicago y dos años más tarde, en 1961, un PhD en Economía
Empresarial.
Desempeñó varios trabajos en la prestigiosa “Heritage
Foundation” y en la Universidad de Illinois, fue catedrático
de Ciencias Empresarailes en la Universidad de Maryland (donde estudió
demografía durante 25 años) y era “Senior
Fellow” en el “Cato Institute”.
Simon escribió decenas de libros y más de doscientos artículos,
pero no era conocido como Ehrlich. La afirmación de este de que apostaría
por la desaparición de Inglaterra en el año 2000 provocó
que Simon le retara a una apuesta desde las páginas
del “Social Science Quarterly”,
que aceptó junto a otros dos compañeros
suyos de la Universidad de Berkeley.
Se trataba de que cinco metales (cromo, estaño, cobre, tungsteno y níquel)
en un volumen determinado, subirían de precio por su escasez comparativa
con el aumento de población, en un periodo de diez años.
Si en ese periodo los precios combinados de los cinco superaban la cifra de
1.000 dólares Simon pagaría la diferencia, si disminuían
serían los otros tres científicos los que pagarían a Simon
la diferencia. La población creció en más de 800 millones
y no se encontraron más yacimientos de metales. Pero el precio bajó
hasta casi la mitad y ganó Simon, que recibió un cheque de 576,07
dólares sin más explicaciones.
Simon ofreció repetir la apuesta, elevándola
a 20.000 dólares, en un periodo de tiempo que quisieran y para cualquier
recurso. Ehrlich no lo aceptó.
La conclusión y tesis de Simon es sencilla:
la iniciativa humana y las mejoras tecnológicas provocan el progreso
y no la destrucción. No hay motivo para el alarmismo ecologista puesto
que las reservas de recursos naturales se renuevan a través del trabajo
humano.
Otra actitud radicalmente contraria a la ideología
ecologista es la defensa de Simon de las instituciones libres, opuesta a la
intervención estatal, y por extensión al totalitarismo comunista,
fascista o de otro tipo.
Porque Ehrlich y otros ecologistas, o son ludistas cavernícolas partidarios
del retorno a la sociedad agraria estilo “Camboya
Khmer rojos” (como el radical Rudolf Bahro,
fallecido en 1997 y autor de “La alternativa”)
o son feroces partidarios del intervencionismo estatal (a favor de sus tesis),
especialmente en los aspectos del racionamiento, control salarial, reciclado
obligatorio, reducción de población...
Así, Erlich propone que los varones
del subcontinente indio con más de tres hijos han de ser esterilizados
a la fuerza. Y también apoya la propuesta de Paul Paddock de acabar con
todas las ayudas alimentarias, tanto públicas como privadas, a las naciones
que no pudiesen autoabastecerse. Matar a los hambrientos para acabar con el
hambre: “humanitarismo” ecologista.
Simon demostró que no existe ninguna relación entre crecimiento
demográfico y la calidad de vida. Grandes núcleos de población
no sólo mantienen a su periferia, privilegiada en muchos sentidos, sino
que su índice de calidad de vida es alta. Asimismo, naciones hoy poco
pobladas son miserables. Estas tesis las publicó en su obra “El
último recurso”, en 1981.
Lo cierto es que en los países en desarrollo la producción agrícola
por persona ha subido un 52% desde 1961. En esos mismos países, la ingesta
diaria de calorías ha aumentado de 1.932 por persona en 1961 a 2.650
en 1998.
Lo
mismo ocurre con las otras manipulaciones ecologistas: no nos estamos quedando
sin bosques, contra lo que dice el “Worldwatch Institute”,
que cifra las pérdidas en 16 millones de hectáreas al año
(un 40% más de la última estimación de la ONU)., ni es
verdad lo que en 1997 publicó el “World Wide
Fund for Nature”, otra mafia ecologista, que afirmó que
en los últimos decenios “dos
tercios de los bosques del mundo se han perdido para siempre”.
La ONU calcula que se ha talado mucho menos, en torno al 20 %. Además,
como el hombre no solo tala sino que también planta, la masa forestal
mundial ha pasado del 30,04% de la superficie terrestre en 1950 al 30,89% en
1994, según la serie de datos más larga existente, la de la FAO.
Igualmente, no se ha registrado ninguna extinción entre las 291 especies
animales conocidas de los bosques atlánticos brasileños, aunque
estos se redujeron en un 88% durante el siglo XIX. Se puede prever que se extinguirán
el 0,7% de las especies en los próximos 50 años, pero jamás
la cuarta parte o la mitad que dicen los malos agüeros.
Se trata de una manipulación de la captación e interpretación
de los datos estadísticos.
Sin embargo, en 1990 Ehrlich recibió el premio de la “MacArthur
Foundation” por su dedicación a los problemas ambientales,
junto con 345.000 dólares, y otros 240.000 de la Real Academia Sueca
(el premio Crafoord para las áreas donde el Nobel no se da).
Y eso estando equivocado. Tal es el poder del “lobby” ecologista
como nueva ideología “políticamente correcta”.
Ese mismo año publicó “La explosión
demográfica” en su misma línea. Seis años
después, en la segunda parte de su obra, Simon
le desafió con una nueva apuesta, a que “cualquier tendencia
medioambiental y económica perteneciente al bienestar material básico
humano... mostrará mejoría a largo plazo en lugar de empeorar”.
Pero Ehrlich y su colega Schneider propusieron indicadores indirectos de tipo
parcial y estático para asegurarse al menos un cierto margen de posibilidad
de victoria. Su larga lista de indicadores no aspiran a medir el bienestar humano
sino algunas variaciones parciales y actuales de las causas. No se atrevieron
a poner en solfa de nuevo sus presupuestos, dogmáticos como pocos.
El éxito del catastrofismo ecologista es
que se presenta como altruista y que vende su pesimismo, especialmente como
sustituto de la izquierda. Y sobre todo, que el ecologismo se ha convertido
en un gran negocio y en una herramienta política. Como las ONG.
La lista de nombramientos de Ehrlich es impresionante,
sobre todo teniendo en cuenta que sus presupuestos son falsos y han sido puestos
en evidencia públicamente. Pero la ideología ecologista es muy
necesaria. Es la del sistema.
Estos son algunos de ellos:
En 1982 “fellow” de la “American Academy
of Arts and Sciences”, en 1984 es nombrado director del “Center
for Conservation Biology” de su Universidad, en 1985 miembro de
la “National Academy of Sciences”,
en 1989 presidente del “American Institute of Biological
Sciences”, en 1992 miembro de la “European
Academy of Sciences and Arts”. Y premios: en 1987 la medalla de
oro de WWFI, en el 89 la UNEP Global 500, en el 95 la UNEP Sasakawa…
En su obra “El ecologista escéptico. Midiendo
el estado real del mundo”, el izquierdista y ex-ecologista danés
Lomborg cita la declaración
de un dirigente europeo de Greenpeace:
“La verdad es que muchos problemas ecológicos
por los que combatíamos hace diez años están prácticamente
resueltos. Aun así, la estrategia sigue estando centrada en el presupuesto
de que todo se está yendo al infierno”.
Ya son muchos los que están desvelando la impostura ecologista. El francés
André Fourcans, “Efecto
de sierra, ¿la gran mentira?” y “La
globalización explicada a mi hija”, el conocido economista
Guy Sorman, “El progreso
y sus enemigos” o el periodista científico Pierre
Kohler, “La impostura verde”.
Pero el “lobby” es muy potente y los medios de comunicación
propagan su ideología en dosis masivas.
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