El colapso de Yugoslavia en el verano de 1991 generó en la prensa occidental una atracción especial por ese “conflicto europeo” aderezado con todo tipo de viejas teorías sobre las crisis balcánicas: fracaso de la estructura política, crisis económicas, posición geopolítica, comparaciones históricas, odios eternos...
Pero la historia del conflicto yugoslavo es la del surgimiento del nacionalismo como acto de manipulación política y de su agitación destructiva. Porque sólo 10 años antes no existía ni rastro de agitación nacionalista, ni represión de ella, exceptuando el caso kosovar. Lo mismo que en España.
La Yugoslavia titista fue producto de una compleja estructura de poderes, contrapoderes y equilibrios entre repúblicas, zonas autónomas y entes federales; un error que se repite también en España.
Este modelo entró en crisis en 1966, con la caída del serbio Rakovic, acusado de conspiración. Fundador de la policía secreta (UDB) era la cabeza del ala conservadora.
Frente a los reformistas, muchos de ellos croatas y eslovenos, Tito repartió cuotas de poder entre los comunistas serbios y potenció el papel político del Ejército.
Esta lucha se enmarcaba en la situación política especial de Yugoslavia, por un lado inscrita en las convulsiones del bloque comunista (el deshielo de Kruschev, el cisma de Mao, la primavera de Praga) y por otro en el occidental, con los norteamericanos cubriendo el 60 % de los déficits de la balanza de pagos.
La oleada estudiantil del 68 también alcanzó a Yugoslavia, sumergida en una crisis económica provocada por la retirada de la ayuda USA, la debilidad del sistema “autogestionario” y el aumento del paro.
En este contexto, la corriente liberal propuso en el IX Congreso de la Liga de los Comunistas Yugoslavos, en marzo de 1969, mayor poder para los partidos comunistas de cada república.
Pero esto no liberalizaba nada: la organización, la estructura y las élites burocráticas eran las mismas. En realidad era una posición inmovilista consensuada con la dirección de Belgrado para no avanzar hacia la democracia, el cambio ideológico y el relevo de las élites.
Si la dirección croata fue la portavoz de esta posición fue debido a que en Zagreb la presión de las bases en la calle era mayor. Pero al hacerlo, la situación en Croacia se desbocó: las instituciones culturales controladas por el partido se convirtieron en foros dominados por intelectuales nacionalistas.
Siguiendo la táctica del agravio comparativo permanente, lo mismo que vascos y catalanes, transformaron cuestiones como la elaboración del diccionario común serbo-croata, las tasas de emigración a Europa o la industrialización de las repúblicas más modestas, en motivos de enfrentamiento.
Exigieron cambios en la toponimia por una simple letra, un banco nacional, moneda propia, representación exterior, retención de una mayor cuota de ingresos de su producto interior... tal y como lo estamos viviendo en España.
La escalada nacionalista croata, fuertemente influida por la herencia del fascismo “ustacha” de los años 30, culminó con la exigencia de la incorporación de la zona croata de Bosnia.
En noviembre de 1971 estalló la primavera croata, protagonizada por estudiantes, un poco en la línea del 68 francés, y fue vista con simpatía en los sectores reformistas de toda Yugoslavia, que aún no habían comprendido la capacidad manipuladora e infiltradora de los nacionalismos, fascinación que aún siente la izquierda entre nosotros.
Tito acabó con el aislado sector reformista del comunismo croata, purgó al partido y los juicios contra progresistas y nacionalistas de toda Yugoslavia se sucedieron hasta 1973. No obstante, fiel a su política de contrapesos, introdujo en la nueva Constitución del 74 transferencias importantes de poder a repúblicas y provincias, incluso capacidad de veto.
Todo este entramado enormemente irracional y burocrático se sustentó por el arbitraje y la figura de Tito, pero no tenía intenciones nacionalistas sino conservadoras: se trataba de proteger al sistema y sus oligarquías locales republicanas, relacionadas con el sistema “autogestionario”, especialmente las favorecidas, que eran Croacia y Eslovenia (como aquí lo son Cataluña y Vasconia), apoyadas por un clientelismo de políticos, burócratas y profesionales, muy crecido en los años 70, como entre nosotros lo han creado los nacionalismos.
La “descentralización” trajo un mayor poder de esas élites locales, pero sin ningún control; el clientelismo político aumentó junto al caciquismo y las disputas de poder con ellos; la dinámica social típica de los nacionalismos.
Al mismo tiempo la lucha por el control de los recursos económicos aumentó los controles del comercio de mercancías y capitales entre las repúblicas. Mientras, la economía se hundía (inflación del 62 % en 1983, 15 % de desempleo, descenso del 40 % del nivel de vida en 4 años), y el pluriempleo, el familismo, la empresa privada y los chanchullos eran la base de la economía de la población.
Motines de consumo, racionamiento, tráfico de drogas, estafas, corrupción... caos: ni control comunista ni rentabilidad capitalista.
La desintegración del sistema hizo aparecer el discurso nacionalista como excusa para eludir responsabilidades y legitimarse las oligarquías locales beneficiarias del sistema y de la “descentralización”; Esto también lo conocemos en España.
El resultado de esta dinámica se vio en Kosovo, que en 1968 había logrado casi todas sus reivindicaciones (bandera, Tribunal Superior de Justicia, cargos locales...). En 1981, a un año de la muerte de Tito, bajo la presión de la crisis y el paro, los estudiantes inician una movilización por las condiciones de la Universidad que degenera en disturbios que son reprimidos.
La consecuencia fue la reducción drástica (40 %) de las inversiones de las otras repúblicas y el agravamiento de la crisis.
Los serbios comenzaron a indignarse con la actitud kosovar: Kosovo, como parte de Serbia, tenía parte de poder en la república y era sujeto de rango federal, sin reciprocidad alguna por su parte.
Además, la emigración serbia de Kosovo, considerada una de las cunas de la identidad e Iglesia serbias, era constante desde la década de los 60. En 1978 los serbios eran el 9,3 % y la administración estaba casi enteramente en manos kosovares.
Los emigrados y los serbios de la provincia formaron un revanchista núcleo de irredentistas que impresionaron a Slobodan Milosevic, tecnócrata protegido del líder comunista y presidente serbio Stambolic; los serbios fueron provocados y no provocadores.
Allí comprendió Milosevic que el futuro de la movilización política era el nacionalismo y no el rancio discurso comunista-federal, y en 1978 lo utilizó en Kosovo. Purgó a los titistas, impuso una concepción monolítica del partido y exacerbó el discurso serbio en su provecho; un Fraga Iribarne serbio.
En 1988 los nacionalistas serbios se habían agrupado alrededor de él, expandiendo su discurso a través de la agitación. Milosevic los lanzó contra las direcciones provinciales y republicanas bajo la excusa de una “revolución antiburocrática”. Al final del proceso reformó la Constitución serbia y abolió la autonomía kosovar, cambiando su estructura municipal. Todo un ejemplo de utilización del nacionalismo como medio para lograr la hegemonía política y conservar el control económico y social por una clase. El discurso nacionalista al servicio de las élites sociales.
Su utilización de los medios de comunicación, su concepto publicitario de la política, su apelación a psicologías diversas y su sesgo populista le dieron la preponderancia política en un medio gris y plano.
Pero la base de su éxito fue la aparente sustitución de un sistema por otro, conservando en realidad la estructura de prebendas y promoción sociales. Milosevic transformó la Liga de los Comunistas Yugoslavos en una estructura nacionalista a su servicio: un nacional-bolchevismo caudillista, tal y como estaba ocurriendo en otras zonas del Este europeo, en el que la URSS como potencia dominante desaparecía desde 1988, al retirarse de Afganistán.
Frente a la vorágine nacionalista, el primer ministro federal y ex-presidente croata, Ante Markovic, intentó en 1990 estabilizar la economía con una serie de medidas para adaptar el desastroso sistema “autogestionario” a la economía de mercado, logrando estabilizar la divisa y reducir la inflación espectacularmente.
Pero tropezó con la definición ambigua de la propiedad social del Estado y con la oposición de las oligarquías locales a la unificación económica.
Fueron los eslovenos, que desde 1987 venían elaborando proyectos nacionalistas, los que reformaron su Constitución en sentido separatista, a lo que los serbios respondieron con el boicot comercial.
Durante todo el año proliferaron los partidos nacionalistas y las elecciones en las diversas repúblicas las ganaron ellos, ilegalizando las opciones federales. La opción Markovic se hundió, a pesar de estar apoyada por más de un 80 % de croatas y serbios.
Con el turno anual en la presidencia bloqueado por eslovenos y serbios y el Ejército interviniendo para mediar en los incidentes interétnicos, Eslovenia y Croacia proclaman la independencia.
Varios factores llevaron a esta situación: las prisas eslovenas para integrarse en los organismos europeos y su preparación armada para independizarse, el apoyo, y estímulo, alemán a la destrucción de Yugoslavia (que en realidad era un plan para completar el control político de su entorno), el ejemplo de la falsa revolución rumana y, aparte de los intereses de las élites político-económicas locales, la espiral incentivadora de los nacionalismos.
La familiaridad de la población con las armas, organizada en defensas territoriales para prevenir una invasión soviética, hizo de complemento fáctico a la utilización de los mitos históricos de los nacionalismos, que a su vez legitimaban su “identidad europea” frente a los “otros orientalizados” como medio de ingreso en la CEE, aunque lo que lograron fue que las repúblicas yugoslavas pasaran del primero al último puesto en el listado de integración de la CEE.
Intereses locales y manipulación nacionalista: una receta demoníaca.
El 27 de junio de 1991, el Ejército federal yugoslavo se despliega por Eslovenia en respuesta a la proclamación de la independencia dos días antes. Su objetivo es el control de los puestos aduaneros, una fuente de ingresos importantísima, ordenado por el presidente Markovic.
La intención del despliegue de tanques, sin infantería, era intimidatorio, pero la respuesta de la defensa territorial les cogió por sorpresa y las rendiciones menudearon, lo que reveló la inexistencia de conspiraciones previas y planes estratégicos y la debilidad e indecisión del gobierno federal al decretar el alto el fuego a los dos días.
Duró 10 días y costó 60 muertos. De hecho fue una guerra creada para ser perdida ya que el eficaz servicio de información militar, el KOS (Kontra Obaves tajna Sluzba), ocultó informes a los políticos, con lo que sometía al Ejército al posterior dictado de los intereses de Milosevic.
El último reducto de yugoslavismo moría como tal y antes de haber intentado remediar la situación. Otra lección más que debemos aprender.
Por el lado esloveno también se escenificó su escenario bélico. Sabían que, según la propia teoría de resistencia titista, harían falta más de unos cuantos tanques para ocupar Eslovenia y doblegar la defensa territorial.
Necesitaban una guerra porque tanto la CEE como el Departamento de Estado USA habían declarado repetidamente su negativa a reconocer a ningún territorio escindido, apoyaban a Markovic y la CEE concedió un crédito de 700 millones de ecus a devolver hasta 1995.
Eslovenia incumplió su promesa de no romper las hostilidades, y los acuerdos de Brioni, que estipulaban atrasar 3 meses la declaración de independencia y el retorno del presidente Mesic, también establecían la retirada de las tropas federales, con lo que la victoria eslovena quedaba avalada.
Otra lección sobre los organismos internacionales que también hemos de aprender. Sólo nuestras propias fuerzas destruirán la labor de carcoma secesionista y sus manipulaciones y represión.
El caso croata fue distinto; los errores croatas y la eficacia de lo que ya era el ejército serbio permitieron presentarse como víctimas, sin serlo, a los gobernantes nacionalistas del HDZ.
Por otra parte, en Croacia vivían un 11,5 % de serbios, concentrados en tres zonas. Descendientes de campesinos-soldados de las fronteras del imperio austro-húngaro, habían sufrido especialmente el exterminio practicado por los fascistas croatas de los años 30, los “ustachas”, y habían engrosado las filas partisanas y del partido comunista.
La financiación del partido de Tudjman por la emigración fascista croata, sus declaraciones antiserbias y antisemitas, su apoyo al partido neo-ustacha, el HOS, el resurgimiento de la parafernalia ustacha en Croacia, la depuración de serbios de la policía y la administración y la imposición del alfabeto latino y la variante croata de la lengua común al 5 % de los serbios que no la utilizaban, que atrajo el apoyo del neo-fascismo europeo, encendió los ánimos de los serbios de la Krajina, que proclamaron su secesión.
La opción croata fue el fascismo y la represión. Fue en Croacia donde el modelo de descomposición yugoslavo se mostró más duramente: nuevas mafias, poderes locales autónomos, milicias, partidos fascistas, emigraciones de refugiados y caos.
Incluso a pesar de los problemas, de la inexistencia de defensa territorial (desarmada y no homogénea como en Eslavonia) y de la debilidad de la Guardia Nacional creada sobre la purgada policía, el nacionalismo y sus métodos fascistas demostraron la capacidad de movilización y manipulación que les caracteriza.
Con la independencia eslovena, Tudjman precipitó a una Croacia conflictiva y débil al enfrentamiento con un Ejército interpuesto entre las dos comunidades, pero cada vez más pro-serbio por la procedencia de la oficialidad y por las provocaciones nacionalistas.
Lo que en un principio fue una guerra de milicias pasó a ser un enfrentamiento militar cuando se puso al frente de la Guardia Nacional a ex-oficiales del Ejército y se sitiaron los cuarteles.
En el lado serbio los objetivos eran diversos: la idea de la “Gran Serbia”, tan publicitada, no constaba en el célebre Memorando de la Academia de Ciencias Serbia, y dados los movimientos de tropas, parece haber sido más un mito movilizador que otra cosa, ya que era materialmente imposible eliminar a todos los musulmanes del centro de Bosnia y a los croatas de la Dalmacia y Eslavonia, y tal vertebración del territorio sería inviable económica, política, militar y administrativamente.
Por otra parte, la unidad serbia era inexistente: los serbios de la Krajina no se habían movilizado por Kosovo, y los del centro no se movieron por Eslavonia. Las altas cifras de reclutas que se negaron a ser movilizados para ir allí lo prueban.
Las motivaciones serbias fueron diversas y autodefensivas. De hecho los de la Krajina defendían inicialmente ideas yugoslavistas y titistas.
Pero el centro de los combates estuvo en Eslavonia, donde se encontraban algunas de las tierras más ricas y la estratégica ciudad de Vukovar, único puerto en manos croatas que amenazaba una de las principales vías de comunicación serbias.
El asedio de Dubrovnik aún hoy no se sabe si fue una represalia anunciada por el cerco a los cuarteles o por la amenaza croata a la cercana base naval de Kola, aunque parecer haber sido obra de una facción del Ejército serbio, lo que ejemplifica el caos medieval y la ineficacia de las fuerzas en liza.
La guerra de Croacia demostró la incapacidad del Ejército yugoslavo para realizar una guerra ofensiva, así como sus divisiones y deserciones, y el caos operativo y jerárquico.
Por otra parte, la conquista de ese 30 % de territorio croata se debió más a las milicias, a las que el Ejército prestaba el apoyo de los medios pesados. Las matanzas, exageradas por la prensa occidental, siguientes a la toma de Vukovar por esas milicias dañaron mucho la imagen serbia, aunque por el lado croata se realizaban igual pero discretamente.
Los croatas se mostraron como consumados manipuladores: el derribo de un helicóptero de la misión de paz de la CEE se debió a que los croatas poseían dos helicópteros del mismo modelo que habían pintado del mismo color blanco.
Este incidente fue la excusa para que Alemania reconociera la independencia croata el 15 de enero de 1992.
Los serbios ya denunciaron la contratación por parte croata de la agencia de relaciones públicas norteamericana Ruder Finn Global Public Affairs.
De hecho el representante de esta firma norteamericana, James Harff, dio todo lujo de detalles sobre dicho montaje mediático delante de las cámaras del Canal 2 de la televisión francesa, creando una obra de teatro de buenos/malos. Asimismo, Harff admitió que la demonización de los serbios se consiguió a base de difundir rumores infundados y relatos de atrocidades y crímenes de guerra sin verificar.
La “matanza de los 5.000” de Sbrebenica, negada por los propios defensores de esta ciudad fortificada situada en una zona de seguridad de la ONU, o la de Vukovar, en la que nunca se encontraron los “cientos de cadáveres”, muestran hoy su fragilidad.
La labor de esta agencia junto con el hecho de que casi toda la información pasaba a través de Viena y Budapest, favorables a los croatas, crearon el mito de los “comunistas” serbios frente a los “demócratas” croatas.
De hecho, los defensores de Vukovar se quejaron de que Zagreb les había abandonado para potenciar su martirio y presionar con sus imágenes el reconocimiento internacional.
La batalla informativa la ganó Croacia, que supo tratar muy bien a los medios de comunicación. El fascismo de Tudjman, sus tempranas conversaciones con Milosevic para repartirse Bosnia, la financiación y el flujo de los medios “ustachas” o los antecedentes ideológicos expansionistas de la primavera croata del 71, tardaron una década en aflorar:
“El genocidio es un fenómeno natural... El genocidio no sólo está permitido sino que es recomendado e incluso ordenado por la palabra del Todopoderoso, tanto si es útil para la supervivencia o la restauración de la Nación Elegida, como para la preservación y la expansión de su única fe verdadera”. (Tierras baldías de la Historia, Franjo Tudjman).
El régimen se fascistizó rápidamente. Conocidos “ustacha” ocuparon cargos públicos. Como el genocida Dinko Sakic, que fue el último director del campo de exterminio de Jasenovac (en el que se asesinó a 700.000 serbios y judíos) en los años 30; o Julienne Bushich, nombrada consejera del embajador croata en EEUU y que había estado implicada en actos de terrorismo fascista como el secuestro de un avión de la TWA, junto con su marido Zvonko.
Y lo mismo en el caso de Izetbegovic: “No puede haber paz o coexistencia entre la fe islámica y las instituciones y la fe no-islámicas. El movimiento islámico debe y puede tomar el poder tan pronto como sea suficientemente fuerte, moral y numéricamente, no sólo para destruir al poder no-islámico, sino para establecer un nuevo poder islámico”. (Declaración Islámica, Alija Izetbegovic).
En su juventud, el dirigente bosnio fue cofundador de la versión bosnia de las Juventudes Hitlerianas: los “Jóvenes Musulmanes”. Asimismo fue agente de la Gestapo y ayudó a formar la división “Hanschar”de las SS nazis, integrada por musulmanes bosnios de ideología fascista y entre cuyas mayores hazañas destaca el exterminio del 95% de la población judía de Bosnia y de gran número de serbios. En 1946, fue arrestado por Tito por fundar el diario pro-nazi “Mudzahid”. En 1983 fue encarcelado por implicación en actividades armadas de carácter fascista.
La cuestión de fondo del desmembramiento de Yugoslavia y la postración de Serbia como medio de Alemania de dominio de los Balcanes para asegurar la ruta del petróleo caucásico y controlar los estados de taifas del Este, fueron ocultados.
El general Jackson, comandante de las tropas de la OTAN afirmó con ocasión de la crisis provocada por los separatistas kosovares del ELK: "Desde luego nos quedaremos aquí mucho tiempo para garantizar la seguridad de los corredores energéticos que atraviesan Macedonia".
En las guerras yugoslavas los medios de comunicación aplicaron a rajatabla la dicotomía de buenos/malos, heredada de la guerra fría y ya experimentada en la del Golfo. Mucha información en directo pero apenas cribada y aún menos analizada, el recurso a la Historia, al exotismo, a viejas teorías geopolíticas: la información como mito consumible.
En la guerra en Bosnia esta actitud maniquea se exacerbó: los intentos del bando musulmán por implicar a las potencias occidentales contra croatas, y especialmente contra serbios, se hicieron descarados, mientras que el tono de la prensa europea se volvía abiertamente mesiánico y tendencioso, como en la II guerra contra Irak.
Los bosnios provocaron incidentes de origen oscuro que sólo fueron denunciados después de las intervenciones de la OTAN, a partir de febrero de 1994.
Asimismo la parcialidad de los medios se puso de manifiesto con la minimización o el silencio de las salvajadas croatas, como sus campos de concentración o la voladura del puente de Mostar.
Lo cierto es que la guerra de Bosnia reveló lo peor de cada bando, incluidos los numerosos casos de corrupción, conchabeo, prostitución, tráfico de mercancías... de los cascos azules de la ONU. Eslovenia se enriqueció enormemente con el tráfico de armas (sus reservas de dólares pasaron de 700 millones en 1991 a 10.000 millones un año después), y Rusia vendió armas tanto a unos como a otros. Croacia se armó masivamente... en Alemania.
En el origen de la guerra bosnia está la celeridad alemana en reconocer a Eslovenia y Croacia, y en el apoyo que les proporcionó.
Croacia negaba a Bosnia los derechos de soberanía que ella reclamaba para sí, los planes cantonalistas ideados por los mediadores internacionales eran irreales y, lo peor de todo, Europa no estaba dispuesta a reconocer sus errores y admitir lo irresoluble del problema.
Los Estados Unidos, única potencia militar extra-europea, acababa de salir de la guerra del Golfo y sabía muy bien que tras una intervención militar debía de haber un plan político viable, que no existía. Por otra parte, no se podía castigar a sólo uno de los bandos.
Bosnia fue concebida históricamente como una entidad neutral entre serbios y croatas. Las elecciones que dieron la victoria a los tres nacionalismos no se correspondían con las tasas étnicas, lo que indica un voto de castigo a la Liga Comunista, la importancia del prestigio de los candidatos y de los índices de emigración o de pobreza de cada zona.
Se hizo un reparto de poder en todos los niveles administrativos por grupos étnicos, a la libanesa, que paralizó toda la estructura. Este hecho fue el que minó el espíritu yugoslavista de los bosnios, el más vivo de todas las repúblicas, porque cada vez más la culpa se le echó al “otro”.
Será en Bosnia donde habrá una multitudinaria manifestación yugoslavista, el 19 de septiembre de 1991. El desarrollo de la guerra en Croacia provocó la proclamación de soberanía a instancias de los croatas, que arrastrarían a los bosnios, ya que la permanencia en Yugoslavia se condicionó a la unidad de Serbia y Croacia.
Inicialmente bosnios y serbios pensaban luchar juntos; la “identidad musulmana” no existía como tal, era un modo de definir a los bosnios no-croatas y no-serbios, y excepto la minoría intelectual nacionalista, nadie pensaba en una “república musulmana bosnia”, sino la integración en Yugoslavia.
La existencia y organización federal de Bosnia no podía ser tolerada por Croacia, que ya había formado dos zonas bajo su control, mientras que Serbia buscaba objetivos prácticos, como asegurar vías de comunicación libres con las cuatro zonas serbio-bosnias.
Además Bosnia como centro estratégico de Yugoslavia, estaba plagada de armamento, con un poder que se desintegraba, un Ejército pro-serbio y unas instituciones inoperantes; la actitud de la CEE y los Estados Unidos favorables al reconocimiento de la soberanía precipitó la guerra.
El signo distintivo de la guerra fue el cerco de Sarajevo, en el que el nuevo ejército serbio-bosnio (con material del serbio pero sin sus tropas) empleó 23 meses y el 30 % de su capacidad. ¿Por qué este asedio?. En primer lugar en Sarajevo vivían 90.000 serbios y los sitiadores no querían arriesgarse a causar bajas entre ellos. Tampoco a un enfrentamiento con las líneas croatas exteriores, situadas a pocos kilómetros de las suyas.
Así la dirección política y militar bosnia se hallaba encerrada, y las líneas de comunicación, en los suburbios, estaban en poder serbio; por otra parte en muchas ciudades bosnias había numerosos refugios subterráneos que aumentaban la resistencia.
Por el lado bosnio se llegó a impedir realizar ofensivas que pudieran haber roto el asedio. Les servían más Sarajevo (o Vukovar) como mártir que libre y abandonada. El mercado negro proliferaba y las tropas croatas de la ciudad mantenían relaciones comerciales con los serbios, pero se lo impedían a los bosnios.
Las fuerzas croatas del exterior, situadas a pocos kilómetros, no hicieron nada por romper el cerco. Enseguida se comprobó que los croatas no tenían intención de ayudar a los bosnios. Cuando introdujeron en Bosnia a las milicias, disociadas del Ejército croata, proclamaron su territorio autónomo de Herceg-Bosnia de modo mucho más discreto y sibilino que los serbios.
El enfrentamiento bosnio-croata estalló cuando estos últimos decidieron ocupar la parte (sustancial) que les correspondía en el reparto étnico irracional del plan Vance-Owen, en 1993, encontrándose con una fuerte resistencia bosnia.
Que los serbios no tenían intenciones expansionistas se ve claramente cuando se mira un mapa de los territorios serbio-bosnios, unidos por una pista provisional hecha con excavadoras, mucha improvisación y una primitiva labor política.
De hecho, el 6 de mayo de 1992, ya comenzada la guerra, ante el belicismo croata, los serbios de Bosnia, representados por Radovan Karadzic, llegaron a un acuerdo en Graz (Austria) para repartirse Bosnia con los croatas de Mate Boban.
Cabe incluso pensar si la guerra de Croacia no fue un mero incidente en esta dinámica expansionista croata, provocada por su ansiedad, intransigencia e ideología fascista en la construcción interna de su totalitarismo, de la “Gran Croacia”.
Los numerosos casos de colaboración con los croatas (venta de posiciones militares, alquiler de oficiales...) muestran una política serbia muy poco nacionalista, lo contrario de la croata.
La intención de Milosevic era más evidente: ganar tiempo para afianzar a la élite socio-económica en el nuevo marco administrativo y social, tal y como lo habían hecho las oligarquías de los países del Este, pero con el añadido de las mafias de la guerra y el contrabando y la represión asegurada por una fuerza policial ampliada a 60.000 hombres.
La situación en Croacia era igual pero con la brutal exasperación del nacionalismo y del totalitarismo de Tudjman, más consciente y preponderante que el de su homólogo serbio, por ejemplo en el control y represión de la prensa.
Serían los croatas los que terminarían ganando: en la operación “Tormenta” de 1995, armados por Alemania y postrada Serbia por las presiones OTAN-USA, conquistarían las Krajinas en medio de terribles matanzas y “limpiarían étnicamente” de serbios la zona, lo que fue silenciado por los medios de comunicación occidentales.
Mientras, proliferaban los enfrentamientos internos en el bando bosnio, habitualmente relacionados con la corrupción y el control económico, especialmente en Sarajevo y el enclave de Bihac, gobernado autónomamente por el líder bosnio Abdic, que llegó a luchar junto a los serbios.
Al mismo tiempo, el partido bosnio-musulmán en el poder, el SDA, y el presidente Izetbegovic se islamizaban progresivamente y adquirían el sesgo mafioso característico de la política de la zona.
Tras la confusa masacre del mercado, el 5 de febrero de 1994, los USA impusieron el fin del cerco de Sarajevo, de la colaboración serbia con Croacia, de las hostilidades croata-musulmanas y el establecimiento de una falsa federación; previamente habían rearmado a los bosnios y estrechado el bloqueo a través de Macedonia mediante contraprestaciones económicas.
Lograron cerrar en falso la situación y soliviantar a Rusia por el intervencionismo y ampliación de la OTAN. Es una de las primeras muestras de la imposición directa de los intereses americanos en Europa después de la guerra fría.
El último acto de guerra resume su esencia; El 28 de febrero cazas americanos derriban dos aviones serbios que bombardeaban la fábrica de armas bosnia de Novi-Travnik: habían sido alquilados, junto a sus pilotos serbios, por los croatas.
Las salvajadas de las guerras yugoslavas, por mucho que insistan los pacifistas, no fueron distintas de las de otras guerras: Grecia, Argelia, Palestina, Vietnam, Líbano, o nuestra guerra civil española. Se exageraron las cifras de muertos, en la de Croacia hubo 6.590 muertos croatas.
La verdadera conclusión quedó escondida en ese mar de determinismos eternos, manipulaciones informativas y exageraciones de cifras que han sido la tónica habitual desde entonces por parte de las cruzadas políticamente correctas de los medios de comunicación: que el nacionalismo establece diferencias donde no las había y genera enfrentamiento donde reinaba la convivencia. Es el entorno ideológico del totalitarismo y la manipulación política, que sabe presentar a la víctima como verdugo y viceversa, y su meta es el dominio de un grupo territorial, a su vez dominado por una oligarquía.
Croacia es culpable, como hoy se empieza a reconocer la misma culpabilidad de los kosovares del ELK, cuando ya han conseguido controlar su territorio practicando la limpieza étnica contra los serbios con el apoyo de Alemania y USA, expandiendo el conflicto a la zona fronteriza con Serbia y Macedonia y creando un Estado narco-mafioso.
En enero de 1999, en el pueblo kosovar de Racak, fortificado por el ELK, este provocó y perdió un combate contra los serbios. Pero el ELK hizo creer que las víctimas eran civiles masacrados a sangre fría por el ejército yugoslavo. Con ayuda de la CIA, se hizo avalar esta mentira en los medios internacionales y ello permitió condicionar a la opinión pública occidental para hacerle aceptar una guerra que había sido decidida y financiada mucho antes por EEUU.
La prensa también ocultó las matanzas del ELK en Klecka y Glodjano; sin embargo, George Keeney, miembro del Departamento de Estado USA hasta su dimisión en 1992 por las mentiras de su gobierno sobre Kosovo, afirmó que las víctimas albanesas no pasaban de 850.
Se ha hecho público que los miembros del ELK suelen llevar emblemas de la antigua División Skanderbeg albano-kosovar de las SS. Así no puede extrañar la información de un reportaje del “Washington Post” que documenta secuestros y asesinatos de civiles kosovares (de origen serbio, gitanos, goranos, eslavos islámicos e incluso albaneses no simpatizantes del proyecto separatista) a manos del ELK.
Las escuelas clandestinas bajo el régimen de Milosevic inculcaron el odio étnico durante generaciones. Esas escuelas albanesas paralelas, del partido nacionalista de Rugova y financiadas por EEUU, difundieron ideas racistas anti-serbias. Ahora los Estados Unidos controlan toda la zona junto a sus socios económicos alemanes:
A juzgar por su “carta de intenciones” a las instituciones de Bretton Woods, el gobierno croata se comprometía a la reestructuración y total privatización del sector de la banca, en cooperación con el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD) y el Banco Mundial. Este último le exigiría, además, la conversión de su mercado de capitales de modo que favoreciera el acceso de las instituciones financieras occidentales y las agencias de bolsa a sus mercados.
Por el acuerdo firmado en 1993 con el FMI, al gobierno de Zagreb se le vetaba el poder de movilización de sus propios recursos productivos mediante un régimen monetario y fiscal bajo estricto control de sus acreedores extranjeros. Los masivos recortes presupuestarios exigidos impiden la reconstrucción, y el caso bosnio es aún peor, virtualmente neo-colonial.
Toda esta trama podía comenzar a ser desvelada durante el juicio del Tribunal Penal Internacional a Slobodan Milosevic, el taimado líder serbio, que comenzó siendo público, para después ser desplazado de las noticias y terminar siendo secreto, ante la avalancha de acusaciones, complicidades e implicaciones que desvelaba (de la OTAN, la ONU, Alemania, los países occidentales y EEUU...).