La tesis aquí expuesta es la de considerar las ideas de izquierda como producto de un grupo de personas caracterizados por ser intelectuales
de clase media, y por haberse encarnado inevitablemente en utopías sangrientas, o en incumplimientos descarados por motivos de coherencia con
la pertenencia a su clase.
Entonces, la relación con el movimiento obrero habrá sido siempre de manipulación, opresión o abandono. Como decía Lenin, el movimiento obrero
sólo puede desarrollar una conciencia sindicalista y la ideología revolucionaria debería elaborarla una élite intelectual burguesa. Ideas poco
elaboradas, utópicas, dogmáticas y oportunistas.
La historia de la izquierda empieza en la Revolución Francesa, esa situación absolutamente nueva, cuando se constituyen los diversos grupos en la Asamblea,
y los jacobinos, uno de los clubes de debate político-filosófico, forman “la Montaña” en ella. Son abogados, profesores y periodistas.
Se articulan alrededor de tres ejes:
Después aplastarán a estos socios en la primavera de 1794, impondrán las medidas económicas del "
assignat", papel moneda revolucionario, y de la economía de la maximización (requisas, control de precios y salarios,
regulación de las transacciones económicas, recluta forzosa de mano de obra, medidas punitivas...) en septiembre de 1793.
Todo lo cual era el inicio de una economía social coercitiva y un ataque al derecho de propiedad.
Eliminadas las rebeliones reaccionarias en el verano de 1792 (la Vendeé), localizadas y minoritarias, y también a los girondinos,
liberales republicanos, guillotinados, los jacobinos avanzan siguiendo los impulsos de las masas, utilizando tanto a sus miembros en los comités
de la Convención y del Comité de Salud Pública como el predominio de la capital, París, imponiendo su dictadura tanto con
las instituciones revolucionarias como con elementos anticonstitucionales.
Cuando los enragés de Hébert comenzaron a atacar a los comités a principios de 1794, los jacobinos ahogan toda
posibilidad de rebelión dando todo el poder al Consejo General de la Comuna de París frente a los comités revolucionarios,
convirtiendo a todos los agentes políticos activos en agentes del gobierno, negando la permanencia de las secciones de los barrios de París
y finalmente dándose de baja en todos los comités creados después de la “revolución” del 31 de mayo.
El Club de los Cordeliers, centro del hebertismo, fue obligado a autocriticarse. Todas las secciones fueron purgadas, víctimas de su propio
método impositivo.
Al reaccionar contra la extrema-izquierda, formada por esos 300.000 parisinos que vivían en estado de hambruna permanente, a los que les
horrorizaba el mercado libre del incipiente capitalismo, y que sostenían la combinación de terror político, socialización
económica y levas militares en masa, que hubieran arrojado a Francia al caos y la disgregación, los jacobinos y el Comité de
Salud Pública salvaron esa situación y su poder.
Pero al no tener ya enemigos a su derecha ni a su izquierda, la dinámica del terror y la dictadura devoraría a sus protagonistas.
La reacción del mes de Termidor fue un reflejo de supervivencia de esos protagonistas y de sus posibilidades de actuación:
Robespierre, líder jacobino, sólo controlaba realmente el Tribunal Revolucionario, pero no el Comité de Salud Pública
ni el Comité de Seguridad Pública.
La siguiente oleada de matanzas (Lyon), apoyada por los comisarios hebertistas en el Ejército, chocó con la política de
clemencia de Desmoulins y Dantón, jacobinos, y el apoyo de los restos de los girondinos, satisfechos de ver devorarse entre sí
a sus enemigos.
Cuando Robespierre comenzó a atacar a los comisarios de su propio grupo y se aprueba el decreto del 10 de junio, de terror incontrolado
y generalizado, firmó su sentencia de muerte. Con los comités y la Convención en contra, el día 10 de Termidor fue
acusado y murió en la guillotina.
Los jacobinos no pudieron siquiera responder porque las legitimidades ideológicas en las que pudieran basarse habían sido rechazadas
sucesivamente en su actuación política: el autogobierno popular, el federalismo, la dictadura de partido, el Ejército, el
sufragio universal prometido y nunca aplicado...
Los jacobinos se movieron en un mundo ideológico de contradicciones permanentes: propiedad/leyes socializantes, igualitarismo legal/liberalismo,
virtud moralista/civilización material... Fueron modelo de revolucionarios políticos, y aunque se dejaron arrastrar por propuestas
radicales en lo económico lo hicieron con mucha reticencia, impulsados tanto por su populismo como por su totalitarismo.
No podían librarse de esas contradicciones de modo positivo dado el desarrollo económico de la época.
Le sucedió el egoísmo desenfrenado y el poder terminó en manos de un general victorioso: Napoleón. El bolchevique
Stalin viviría obsesionado por este hecho.
Atrincherados en principios como la “voluntad general” de la nación, que les permite adoptar medidas excepcionales con su
mezcla de radicalismo político y económico, el jacobinismo fue el ejemplo para posteriores revoluciones
y el antecedente de la génesis y los métodos totalitarios del siglo XX, donde la libertad es la “justicia sumaria”
aplicada a la mayoría por una minoría “virtuosa” en posesión de una verdad mesiánica.
La represión jacobina, incluida la ejecución del rey, funda la moderna persecución política de clases y grupos
sociales enteros.
Los jacobinos rusos de 1917, los bolcheviques, canonizarán el hecho revolucionario pero su utilización del terror no estuvo
constreñida por ninguna ética de la legitimación. Marx les proporcionó un medio de legitimidad más efectivo
que el jacobino: la dictadura en nombre de una clase, en un horizonte bien delimitado: la fábrica militarizada.
La siguiente etapa, el siglo XIX, está dominada por la figura de Karl Marx. Fue el prototipo del intelectual de izquierda: vivió
parte de su vida del dinero de su amigo Engels, acaudalado hombre de negocios, desatendiendo bastante a su familia, pasando estrecheces, expulsado
de varios países, y persiguió a una criada a la que dejó embarazada, endosando la paternidad a Engels. Todo muy “burgués”
En la teoría de Marx (y en la de Lenin) no hay un análisis estructurado de las instituciones políticas modernas (partidos,
burocracia, Estado, poder...), y falta por tanto una ciencia de la política.
El motivo es que el marxismo es la teoría de la extinción del Estado y de la política. Su meta es una sociedad orgánica,
romántica, sin mecanismos de mediación social, homogénea, sin conflictos de intereses puesto que la propiedad privada
sería abolida y el interés único surgiría espontáneamente.
Un fin único y por lo tanto absoluto, el sentido de la Historia.
Esta base resulta notablemente falsa; abolida la propiedad privada permanecen e incluso se desarrollan nuevas diferenciaciones de intereses y nuevas
metas alternativas que requieren nuevos mecanismos de actuación política.
Este concepto social homogéneo lo saca Marx de la filosofía de la Historia de Hegel, lo mismo que el fin de la “división
del trabajo” y el “hombre total” (“nuevo”), que conforman el imaginario marxista
A través del “método dialéctico” hegeliano, es decir, de la lógica de la contradicción, el marxismo
cree poder analizar de un modo “científico” los hechos sin percatarse de que la ciencia ignora la dialéctica y considera
que las contradicciones son un claro síntoma de errores subjetivos.
Su concepto de la ciencia es platónico, como saber esencial y no empírico.
Entonces su teoría de la “alienación” y del “fetichismo de la
mercancía” (por las que las relaciones sociales entre las personas aparecen como objetos, “cosificadas”) se remonta,
de modo dialéctico, a la primigenia división entre trabajo manual y trabajo intelectual, al comienzo de la Historia, objetivándolo
y haciéndolo irresoluble. Con lo que su filosofía es un camino sin salida, ya que la teoría de la alienación es una
crítica radical de la idea de progreso, al no poder los seres humanos controlar sus propias creaciones.
Porque esa visión absolutizada de la alienación nace de conceptuar el trabajo como la actividad constituyente del mundo, como marco
donde se desarrolla la sociabilidad humana. Ello provoca en la filosofía de Marx errores en la teoría de la clasificación social,
de las consecuencias políticas del desarrollo de la base económica, de la supremacía de las causas económicas en la Historia,
en el racionalismo psicológico, y en la teoría del poder y del Estado.
El principal hecho de la I Asociación Internacional de Trabajadores será el enfrentamiento entre Marx y el ideólogo anarquista
ruso Mijail Bakunin por las formas de organización, que provocará la primera escisión en la izquierda organizada.
La II Internacional nace en París en 1889, organizada bajo bases nacionales y representada por sus congresos. Su base ideológica
es la aceptación de la transformación del orden social capitalista a través de la legislación y la actividad parlamentaria.
Pero bajo las resoluciones formales de estos congresos latía un mundo de diferencias ideológicas y políticas que la I Guerra Mundial
y el llamamiento de varios partidos socialistas a participar en ella provocará su estallido y la disolución de ella.
Las tres tendencias del alemán SPD, el mayor partido, en su Congreso de Hannover de 1899, reformista, centrista e izquierdista, se propagarán
por el resto de organizaciones, producto de una débil extensión de la doctrina marxista y de una escasa definición de esta, que
era utilizada más como método de análisis o citas seleccionadas de modo interesado.
El afianzamiento del desarrollo capitalista y de su expansión mundial llevan a la socialdemocracia a propugnar la integración en el sistema
democrático, y con ello a acentuar el dominio de sus partidos por una élite de clase media no sólo a nivel intelectual sino
también burocrático.
Ya en 1892, Hans Müller, del grupo de los jóvenes socialdemócratas, denunció en su “La lucha de clases en la socialdemocracia
alemana” la composición social de los diputados del SPD: 7 periodistas, 6 comerciantes o negociantes, 4 escritores, 3 hoteleros,
3 fabricantes, un cigarrero, un editor, un abogado, 2 funcionarios, 2 industriales, un zapatero, un litógrafo, un funcionario del partido y un sastre.
Hacia 1900 la participación de obreros en los congresos del partido era escasísima; en el Congreso de Jena de 1911 fue del 10 %, el
resto eran funcionarios del partido y el sindicato, periodistas del partido, empleados de sus cooperativas, etc. La facción de izquierda
acusará a estos sectores de crear e implantar el reformismo de Berstein y Kautsky.
Dos de las principales polémicas ideológicas fueron el análisis del imperialismo, primordial para decidir entre la embestida
revolucionaria o el pactismo democrático, y el concepto de nación, esencial en un momento de desmembramiento de imperios y surgimiento
de nacionalismos.
La posición de Marx, Engels e incluso Lenin sobre los nacionalismos era negativa. Eran partidarios del
“internacionalismo proletario” y su utilización del concepto de “autodeterminación
de los pueblos”( una idea del presidente americano Wilson creada para encauzar la fragmentación de los imperios centrales europeos hacia
federaciones viables) era de oportunismo político circunstancial, teniendo como meta final la desaparición
de las naciones presentes y jamás la creación de otras pequeñas, algo muy claro en Engels.
Ya con la cuestión del colonialismo, en las filas socialistas se dieron numerosas adhesiones al nacionalismo colonialista a finales del siglo XIX, lo
que desembocó en 1914 en la desintegración de la Internacional. Y entonces la teoría se vio totalmente destrozada por la
práctica hasta el punto de que el intervencionismo militar y el nacionalismo convirtieron al radical socialista Benito Mussolini en el creador
del fascismo, y a los socialistas checos de Bohemia en los primeros nacional-socialistas, antes que Hitler.
Tanto los análisis de Kautsky y Bauer como de Lenin o Stalin intentan adaptar la teoría de la revolución y la lucha de clases a la
de formación de naciones a través del nacionalismo. Fue un problema insoluble para ellos ya que tratan a ese proceso
como algo natural (sólo que manipulado por los nacionalistas), cuando es una creación del nacionalismo.
Algo difícil de entender en la época de disolución del Imperio Austro-Húngaro, formado por infinidad de pequeños
pueblos, en un caso muy distinto de los actuales nacionalismos disgregadores, que caen inmediatamente en manos del amigo americano o alemán.
Sólo Rosa Luxemburgo mantuvo una posición claramente antinacionalista.
Lenin mantuvo una estructura federal en la forma y centralista en el fondo. Caída la URSS lo que surgió
fue un conglomerado de nacionalismos nuevos y viejos a cual más dictatorial e irracional.
Mientras, en la Rusia de 1917 se cuece la revolución que cambiará la historia del siglo XX. Una sociedad en transformación
industrial, pero con un evidente predominio del mundo agrario, feudal en muchos sentidos, autocrática, muy colonizada por el capital extranjero
(50 % de la industria metalúrgica, química y eléctrica, 85 % de las minas) volcado en la producción de bienes de equipo.
La chispa iba a saltar con motivo de la I Guerra Mundial: crisis de abastecimiento, levas de campesinos (90 % de la composición del
Ejército) masacrados en el frente, descontento y conspiraciones de la burguesía liberal, alza de precios (cuadruplicados y sextuplicados)...
Todo comenzó en San Petersburgo el 23 de febrero y días siguientes con las manifestaciones contra la carestía, motivadas por el
anuncio del racionamiento del pan. En el verano la carne multiplicó su precio por siete, los campesinos invadieron tierras y en las fábricas
los trabajadores atacaban a técnicos e ingenieros. Lenin sostenía las Tesis de Abril, de paz sin anexiones ni indemnizaciones,
muy populares, y de todo el poder a los soviets (comités, de fábrica, de barrio, de diputados), meras tácticas en las que
no creía, pero que tienen muy en cuenta el descontento y las exigencias populares.
Las manifestaciones de junio demuestran ese descontento pero los bolcheviques aún intentan frenar el movimiento, aunque se alejan de la teoría
marxista para proclamar un revolucionarismo de conquista directa del poder, propugnado por Lenin y Troski, que lograrán marginar
a la facción democrática del partido que se opone al golpe. Esas manifestaciones no pueden ser reprimidas porque el Ejército confraterniza
con ellas. Quien se alza con el liderazgo del movimiento son los mencheviques, socialistas.
Es Kerenski el que toma la iniciativa al percatarse de que los soldados se han rebelado contra sus oficiales y se pone al frente de ese movimiento
incontrolado y espontáneo. Se forma un poder paralelo en el Comité de todos los partidos representados en la Duma (parlamento) que forma
un Gobierno provisional democrático, y en el soviet de diputados de San Petersburgo, el poder real.
Cuando los generales comprueban que no cuentan con la obediencia de sus tropas, acceden a solicitar al zar la abdicación. Los campesinos
desean las tierras, los obreros industriales la mejora de las condiciones de trabajo, y los soldados el fin de la disciplina brutal y de la guerra.
De hecho estas reivindicaciones van más allá de los objetivos inmediatos del partido bolchevique.
Tanto el Gobierno provisional como el soviet socialista se niegan a aceptarlas, alegando que sólo puede hacerlo una Asamblea Constituyente,
que no puede reunirse por la guerra, luego la guerra junto a los aliados debe continuar.
El desengaño hacia los nuevos dirigentes se manifestó pronto con huelgas y motines, los patrones cierran las fábricas, regiones
se autonomizan (Ucrania)...
Las críticas e intentos de arresto hacia los dirigentes bolcheviques acusados de ser “agentes alemanes”, la intentona golpista del
general Kornilov, la insurrección abierta en el Ejército y el propio movimiento de los soviets animaron a los bolcheviques a apoyar
seriamente sus propias consignas, y así se llega al golpe de Estado de octubre, que lleva al poder al partido más organizado, disciplinado
y hábil, sobre la ola del movimiento de los soviets.
Como una insurrección capitaneada por un solo partido sería rechazada por los soviets, será el soviet de San Petersburgo,
bajo el control de Troski el que constituirá un comité militar revolucionario provisional (PVRK) que dirigirá la insurrección
con la excusa de defenderse de los militares que querían derribar los soviets y abrir el frente a los alemanes.
Con el apoyo de la organización militar bolchevique y la indefensión del Estado lo lograron. A continuación, el II Congreso de
los Soviets condena el golpe de Estado bolchevique y los delegados de los partidos, excepto el bolchevique, lo abandonan. La Asamblea Constituyente,
en la que los bolcheviques eran una minoría del 25 %, fue disuelta alegando que se oponía al poder de los soviets. A partir de aquí
se utiliza la fuerza de las armas para disolver los no controlados por ellos.
Esta doble actuación, contra los cargos estatales surgidos de los soviets y por el traspaso del control a los soviets, a su vez mediatizados
por el bolchevismo, dará la victoria a este sin necesidad de controlar la totalidad de la red de soviets. Estas nuevas instituciones revolucionarias
(guardia roja, comités de fábrica...) se burocratizarán rápidamente para sobrevivir, cayendo fácilmente en poder
del partido bolchevique.
La indiferencia de la población fue completa. Octubre no es una revolución popular, es un golpe de estado unipartidario. Ademá
es urbano y ruso, porque ni el campo ni las repúblicas periféricas participaron ni se interesaron. El carácter del partido
bolchevique de “vanguardia” del proletariado y depositaria de la interpretación del “socialismo científico”
propiciaba el establecimiento de medidas dictatoriales.
Estalla la guerra civil contra “blancos” zaristas y mencheviques y anarquistas y se suceden las diversas intervenciones de tropas
extranjeras tras la paz de Brest-Litovsk.
Se implanta el comunismo de guerra que supone una militarización de las relaciones económicas. En otros lugares estallan sublevaciones
comunistas (Hungría, Alemania) que fracasarán finalmente.
La primera es producto de las desorbitadas exigencias a la Hungría derrotada que inducirá al gobierno a solicitar ayuda a las
organizaciones obreras representadas en el PS que, inexplicablemente da el mando a los extremistas de Bela Kun, el cual implantará un régimen
de terror que provocará la reacción derechista.
La segunda es obra de un reducido grupo de extrema-izquierda internacionalista, los espartaquistas.
En noviembre se crea la Tcheka (después GPU), policía política brutal e incontrolada, y desde 1918 se reprimen los partidos y
prensa opositora; la familia real es ejecutada.
Se prohíbe la huelga, se nacionaliza la banca como medio de evitar la huelga en ella, se crean monopolios estatales de distribución.
Al mismo tiempo, la resistencia patronal y sus cierres de fábricas forzaron la aparición de Consejos que implantaron el control obrero
de modo espontáneo, denunciado por los sindicatos, controlados por los bolcheviques, como fraccionadores.
En el VIII y el IX Congresos (1919-20) del partido ya se decide que los sindicatos deben planificar y distribuir la fuerza de trabajo como parte
de la administración estatal.
La miseria que la guerra y el comunismo de guerra implantó provocó el masivo éxodo al campo, la destrucción y la
hambruna y el mercado negro permanentes. La política de enfrentamiento entre las distintas capas campesinas como medio de facilitar
las requisas, fue abandonada ante la resistencia suscitada, lo que permitió derrotar a la contrarrevolución.
En 1920 la victoria se inclina por los bolcheviques. En marzo de 1921 la rebelión izquierdista del puerto de Kronstadt es aplastada
militarmente por Troski, el partidario de la militarización definitiva de toda la sociedad. A partir de este hecho, la eliminación
de la oposición fue total y la represión abierta.
La nivelación social de este brutal proceso creó una clase obrera diezmada y supeditada a los bolcheviques, que se erigen en
árbitros entre ella y el campesinado y les permiten la dictadura, oficializada en 1923.
Se implanta la NEP, nueva política económica, que reintroducía el comercio y explotación privados, como medio
desesperado de retroceso en la estatalización para frenar la crisis. Provocará una lucha entre obreros y campesinos al funcionar
en un mercado competitivo en la que estos últimos quedarán como beneficiarios principales.
Pero producirá un desequilibrio de precios notablemente favorable a los industriales por el retraso en la recuperación industrial
debido a la inexistencia de medios de comercialización eficaces. Es el motivo de que, aunque en 1923-24 la crisis esté superada,
la población continúe en la miseria. Esta persistirá porque la provoca el ineficaz e irreal sistema.
En 1922 la III Internacional (comunista), en la que sólo podían entrar los partidos que cumplieran estrictamente sus 21 puntos
y que provocaron escisiones en los partidos socialdemócratas, lanza la consigna de frente único con ellos ante la
“estabilidad relativa” del capitalismo.
Tras la muerte de Lenin se inaugura el culto al leninismo por parte de Zinoviev y Kámenev, aliados de Stalin y posteriormente eliminados
por él junto a Troski. Será Stalin el que se presentará como heredero de Lenin y el que desarrollará las
consecuencias del sistema soviético. Sus diferencias con Troski se centraban en el acoso al campesinado “acomodado” para
incentivar la industrialización y en la internacionalización de la revolución.
Alejado el partido de los problemas económicos por las luchas políticas, los trabajos del I Plan Quinquenal de 1928 se estancan y
sobreviene la crisis provocada por el aumento de población, falsa política de precios, baja industrialización del campo...
y el nivel de vida de la población desciende al de 1919. Mayor explotación de la mano de obra, alto índice de accidentes
laborales por agotamiento del parque industrial, jornadas de 12 horas, ausencia de higiene, reducción del subsidio de paro, falta de
viviendas, éxodo a las ciudades de los parados, desánimo, privilegios a los cuadros técnicos, antisemitismo provocado
por la GPU...
La presión a favor de la colectivización quiebra la estructura rural, sin que las subidas fiscales y las requisas logren cubrir
el aprovisionamiento. Los procesos políticos stalinistas y la represión no logran eliminar la resistencia. Paradójicamente,
esta era la antigua política de la fracción de izquierda eliminada, utilizada ahora contra la fracción “derechista”
de Bujarin y como medio de lograr el poder absoluto por Stalin. Murieron millones de campesinos.
En el periodo de 1931-35 la economía ha sido resocializada. Las consecuencias son nefastas: importa más “cumplir el plan”
que la utilización ordenada y racional de los recursos, cualquier tipo de autogestión queda eliminada, el excedente, necesariamente
interno al operar la economía en condiciones de aislamiento financiero, no es reinvertido en el campo sino en la industria, el
consumo debe disminuir para lograr un índice de ahorro más elevado destinado a la inversión y el sector de la industria
pesada prima sobre todos.
Las metas eran la industrialización acelerada y la defensa nacional. Este modelo persistirá hasta los años 60, con la muerte
de Stalin y la reincorporación de la URSS al mercado mundial.
A partir de este momento Stalin instaura la cara definitiva del sistema soviético: la mentira como base y la falta de escrúpulos
y la represión como medios. Terminaría por devorar a sus propios actores, excepto el propio Stalin y le sobreviviría
hasta la caída definitiva de la URSS.
Se perfilará en ese periodo de 1917-1930 la estructuración de la nueva clase burocrática soviética: miembros de los
comités y de la Guardia Roja, especialistas técnicos y los de la burocracia de las repúblicas periféricas,
todos de procedencia campesina en buena parte, que desplazan progresivamente a los restos de la vieja guardia del partido y su pensamiento
social y cultural ilustrado por otro reaccionario y el apoyo a Stalin.
La meta y el carácter del sistema no supone ninguna “lucha de clases”, es simplemente su propia supervivencia con las
bases que circunstancialmente lo han creado. No tienen sentido aquí los análisis sobre una “nueva clase”, la burocracia,
que hicieron Troski o Burnham.
Paralelamente, el pensamiento marxista sufre una formalización escolástica y positivista, tanto por parte del revisionismo
economicista socialdemócrata como por la ortodoxia que generó el sistema soviético. El marxismo se convertía en
una ciencia de hechos, heredero del pensamiento especulativo histórico-filosófico organicista del siglo XIX.
El otro eje era su carácter estructural, marginando todo lo relativo al individuo. Para los ortodoxos marxistas el psicoanálisis
estaba desacreditado o era “pequeño-burgués”; el marxismo ha supuesto un reduccionismo del mundo de la ideología,
la cultura y la propia sicología a las relaciones de producción.
La I Guerra Mundial y la paz, insatisfactoria para muchos, deja un saldo de destrucción física y económica sin precedentes,
crisis económica y política, crisis de la democracia, agitaciones e insurrecciones de la izquierda seguidas de reacciones de la
derecha, agudizadas por el crack de 1929-31, en el que la frágil base financiera de la expansión económica caerá en
los EEUU y arrastrará a la dependiente Europa, cambios radicales en las costumbres y la cultura, caída de imperios y surgimientos
de nuevos países, irredentismos nacionalistas y revoluciones, paro y hambre, ascenso de nuevas potencias y declive de otras, aumento de
la racionalización industrial y la tecnología... Desembocará en las dictaduras fascistas de los años 30.
La política comunista, a partir de la VII conferencia de la Internacional en 1933, oficializa el impulso de frentes populares (en lugar
de los ataques a los partidos socialistas), producto del miedo al fascismo, como el francés dinamitado por dentro por el conservadurismo
del Partido Radical-Socialista y las aspiraciones del PCF) o la manipulación de la Guerra Civil española, que no impide a Stalin
pactar con Hitler y presenciar la destrucción de los comunistas alemanes.
El revolucionarismo de la izquierda creará literalmente al fascismo como ideología autónoma del conservadurismo y los
intereses económicos. El comunismo se mostró como una política egoísta y dependiente de la URSS que autodestruirá
a los PCs.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas se mantuvieron fieles a los acuerdos sobre democracia y multipartidismo, pero con el
comienzo de la guerra fría entre la URSS y los EEUU, entre 1946-48, los partidos no-comunistas de los países de la periferia
soviética fueron destruidos o se les obligó a unirse al PC, bajo la estricta supervisión rusa, excepto en la autónoma Yugoslavia.
A través del Cominform, oficina de información comunista, disuelta en 1956, Stalin llamó al orden a los partidos nacionales
que aspiraban a una política independiente y marcó la pauta ideológica y política. Después no logró el mismo
control con las reuniones periódicas y el seguimiento individual de los partidos comunistas nacionales.
No pudo forzar la condena a la rebelión del PC chino, llegado al poder en 1949, que supuso una división del movimiento comunista
internacional. China se convirtió en el ejemplo para los sectores más revolucionarios junto con los movimientos insurreccionales
y anticolonialistas del Tercer Mundo, a través de la mitificación de las campañas políticas de la facción de Mao Tse Tung.
El maoísmo fue un campesinismo, un ruralismo antiurbano y antiintelectual, que en los Khmer rojos camboyanos llegaría al extremo sangriento,
ejemplificado en las consignas de Mao:“asediar la ciudad desde el campo” y “los campesinos analfabetos comprenden mejor las cuestiones
económicas que los intelectuales”.
Un comunismo sin el Marx ilustrado e industrial que Mao desconocía por no estar publicado en China.
Las cien flores (1957) fue una campaña de aparente libertad de expresión que sirvió para la represión posterior de disidentes
y moderados.
El gran salto adelante (1958) fue obra de la profunda ignorancia económica de la mentalidad campesina de Mao (que lo reconoció), que
pretendió industrializar el país a base de voluntarismo, multiplicando por 6 la producción industrial y por 2,5 la agraria,
para alcanzar ¡a los EEUU!, a través de pequeñas, e inútiles, fundiciones familiares y de comunas agrícolas totalmente
colectivas. Los responsables locales falsearon los datos y la hambruna se extendió. Hubo millones de muertos.
La revolución cultural (1966-69) lanzó a la agresión política a miles de estudiantes contra las autoridades y la facción
moderada del PC. Se llegó a extremos grotescos en el culto a la personalidad de Mao y de su Libro Rojo, inicialmente para uso del Ejército,
y que era un catecismo popular con ingenuos consejos moralistas y prácticos . El Ejército restauró el orden a tiros. La lucha entre
las dos facciones del PC siguió después de la muerte de Mao y acabó con la victoria de los aperturistas.
En 1954 acaba el proceso de estalinización de todos los aspectos de la vida cultural, política e ideológica en el bloque
soviético. De 1955 a 1968 se dan algunas tendencias revisionistas que acaban siendo reprimidas (la primavera de Praga).
Los intelectuales de los países occidentales eran conscientes de la supeditación de los PC al modelo soviético y al carácter
de este, pero minimizaban sus errores y lo defendían. Participaban en sus farsas (“movimiento por la paz”) y se autointoxicaban con su
propia propaganda, hecho característico en los intelectuales. En realidad valoraban el culto a la fuerza, el desprecio a la democracia, el ansia de
absolutismo, la creencia de estar en el sentido de la Historia, atracción similar a la que ahora ejercen los nacionalismos separatistas totalitarios.
En los años 30, teóricos como Lukács y Gramsci elaboran diversas consideraciones marxistas sobre el papel de la cultura en la sociedad
y en sus conflictos, sin lograr apartarse del leninismo-estalinismo.
En los años 50, surge la llamada “Escuela de Frankfurt”, aunque de adscripción marxista dudosa, que serán los pioneros
en el ataque a la “sociedad de masas” y el “consumismo” (los nuevos mantras).
Conceptos que serán los ejes de la rebelión de los 60 y que adolecerán de su mismo elitismo y negacionismo.
El filósofo francés Louis Althusser propondrá un marxismo estructuralista en el que quedarían excluidas la subjetividad humana
y la continuidad histórica (pero no el dogmatismo interno).
La adopción de la táctica parlamentaria, de integración en el sistema democrático “burgués” siempre fue
polémica en el socialismo. La adoptaron sólo después del fracaso de huelgas masivas en la década de los años 20
(Bélgica, Noruega, Gran Bretaña), aunque la captación de la clase media se dio desde un cuarto de siglo antes, también bajo
los consejos de Engels.
Al dirigirse a toda la población y borrar el mesianismo ideológico, la diferencia socialista desaparece y se acerca al ideal
“burgués”. Pero así no pueden lograr sus objetivos: como partido obrero no logra el poder, como partido nacional no puede
implantar el socialismo.
Si por un lado le da la oportunidad de ampliar su base, expandiendo su ideología, por otra puede alejarles de sus metas, porque la actuación
parlamentaria implica una separación de la lucha económica de la política; la democracia es la participación como ciudadanos
para vehicular las exigencias de bienes y servicios, no de organización económica.
En este contexto, la izquierda necesita participar para ofrecer beneficios inmediatos y reales a los trabajadores, y además para imponer su
expresión social de representantes de clase, frente a otras expresiones: regionales, nacionalistas, culturales, religiosas...
La base ideológica de esta postura estaba en textos de Engels sobre todo, y en la mayoría numérica de la clase obrera a principios del
siglo XX. El socialismo sería la consecuencia económica de la democracia.
El mayor problema de la participación es que los intereses de “la clase” no se corresponden con los de los trabajadores como individuos,
que valoran las reformas sociales parciales y sectoriales con las que se integran en la sociedad en que viven y ven el socialismo como una ideología
abstracta y extraña a su experiencia diaria.
Aún en el último tercio del siglo XX hay autores marxistas que centran todos sus esfuerzos teóricos en definir el término clase
(Poulantzas, Wright...), y sobre todo la fragmentada clase media.
La realidad es que las clases no son categorías eternas, sino que surgen como producto de luchas concretas, como formas de agrupación y
definición determinadas, entre otras muchas. Son identidades y como tales son construidas, no aparecen de modo natural en las conciencias de los
individuos.
La ideología socialista fue producto de la elaboración de intelectuales que se unieron a las luchas obreras del siglo XIX. Obtenidas ventajas
sociales y económicas concretas, fue progresivamente abandonada como utopía mesiánica y como práctica política murió
en los años 80 del siglo XX.
Era inevitable que, desaparecido ese carácter de clase, difuminado en el capitalismo avanzado con una amplia fragmentación social, los partidos
de izquierda tuvieran que volcarse en el resto de sujetos sociales a los que decía defender.
La izquierda pasó de ser “partido obrero” a ser “partido de masas” igual de mesiánico. Ya en el programa de Erfurt
el PSD alemán dice que se opone a toda opresión “contra una clase, un partido, un sexo o una raza”. Es el asidero al que los
intelectuales que asisten a la primera crisis de la posguerra, a finales de los 60, para crear una nueva ideología para una nueva clase, los estudiantes,
desembarazándose del acomodado y pragmático obrero industrial.
Tendrá que hacer frente además a un capitalismo que se anonimiza y gerencializa aceleradamente, internacionalizándose y
liberalizándose.
Durante el periodo 1935-1973 fue el keynesianismo el que proporcionó a la izquierda una teoría económica, ya que el marxismo es
sólo un tipo de análisis, de teoría de economía política que justifica objetivos revolucionarios, en concreto la
nacionalización de los medios de producción. No es una herramienta útil para las exigencias redistributivas de los trabajadores
en el marco capitalista y es inútil para la administración de la economía.
La nacionalización sólo cambia la gestión privada por la estatal, y un elemento aislado no logra cambiar el medio capitalista ni
la necesidad de acumulación del capital, sólo eliminable retrocediendo al Paleolítico, como quieren los ecologistas consecuentes.
Por otra parte, la socialización o control por los propios trabajadores no elimina la competencia entre las diversas unidades de producción.
La llegada al poder de los socialdemócratas suecos en 1920, en minoría y en coalición con partidos gubernamentales, les impidió llevar
a cabo una política de nacionalizaciones y les puso en la difícil situación de implantar pequeñas reformas sociales que no les
distinguían de las de los partidos conservadores y liberales.
Keynes, con su política anticíclica de gestión de la demanda y aumento del consumo les dio esa política económica
que necesitaban sin que el aumento del consumo dañara la economía nacional y la producción, sino que aumentaba el empleo, los
beneficios y la inversión. Pudieron conjugar los intereses de clase con el progreso social, abandonando la nacionalización de la producción
por la del consumo y por la capacidad de regulación e intervención económica y social. Un camino que siguió el “eurocomunismo”
medio siglo después.
Pero con ello abandonaba también el reformismo, que supone la progresión gradual hacia transformaciones estructurales, al garantizar la
propiedad privada, la eficacia en la gestión y la simple atenuación de los efectos de la distribución en la inversión de recursos.
Al ocuparse el Estado exclusivamente de los sectores deficitarios, la izquierda mina la posibilidad de ampliar el sector público, que además
se ve obligado a disminuir costos para reducir ese déficit.
Además, al depender de los impuestos, depende de la capacidad del capital privado para generar beneficios, y provocar una crisis por exceso de
exigencias de redistribución de estos supone que salarios y empleo también caerían en picado en el marco de una crisis económica.
Si, a pesar de todo, el nivel de salarios es excesivamente alto, el capital privado puede internacionalizarse y fabricar en otro lugar: es la globalización.
Además, este sistema falló cuando la economía se acerca al empleo total ya que las medidas de aumento de la demanda y reducción
de ahorro limitan la tasa de producción. Cuando escasea el capital el sistema no funciona, sino que perjudica la marcha económica. La izquierda
respondió a la crisis del petróleo del 73 afirmando que el nivel de ahorro era suficiente. Era ya una respuesta política que nada resolvía.
A partir de aquí se darían una serie de gobiernos socialistas europeos que desengañarían a la población, y otros tantos
conservadores que demostrarían que los gobiernos nacionales han perdido la capacidad de respuesta económica ante la globalización. Hoy
la izquierda no puede gestionar ni su propia crisis. Sólo puede ser un partido más de un sistema caciquil parecido al de Norteamérica.
Pero al mismo tiempo debe parecer ser algo más para legitimarse. Ecuación imposible.
Ahora, vacunados de todo experimento económico y con una izquierda sólo atada a su interés corporativo, la cobertura ideológica
la ponen ecologismos, ocupadores, minorías sexuales, etnicistas "antirracistas" y hippies, nacionalistas y marginales varios. “El nuevo
obrero social” de los años 70, teorizado por Gorz, Offe, O´Connor o Negri.
La “nueva izquierda” surgió después de la invasión soviética de Hungría en 1956, condenando al estalinismo,
afirmando al marxismo como ideología revolucionaria, apoyando el anticolonialismo como mito (Che Guevara) y manteniendo cierta ambigüedad con la
URSS. Tuvo características primitivistas, utópicas y ruralistas, incluso religiosas. Fue la ideología por antonomasia de las rebeliones
estudiantiles.
Se caracterizó por considerar la revolución posible por voluntarismo, sin condiciones objetivas, una revolución total, no sólo
económica o social, y por el rechazo al trabajo y al obrero como figura revolucionaria. Con ella el sujeto revolucionario de la izquierda y sus
intelectuales se desplaza del obrero como mito al estudiante como mito. Los “niños bonitos” e inquietos de la clase media occidental al poder.
Ahora son los marginales, los nacionalismos étnicos o todo tipo de ecologismos y, como siempre, el último grito en tercermundismo.
La rebelión estudiantil del 68 es de origen norteamericano, surgido en el cenit de una etapa de prosperidad económica basada en la industria de
la guerra de Vietnam.
Es la protesta de la estética, el activismo, el hedonismo, el irracionalismo, tan parecida al fascismo de los años 20. Será
antagónico con su cultura, negativa, la cultura hippie del desengaño y la apatía, de la evasión en las drogas que abortan cualquier
rebeldía.
Fue una protesta de una minoría de activistas radicales, estudiantes acomodados de universidades elitistas, aupados en la ola de los medios de
comunicación, que al no lograr contagiar a la masa estudiantil, desaparecen.
Su verdadera esencia, que es la que ha perdurado, es la contracultura, un puro rechazo a las costumbres establecidas, y su carácter de
rebelión de la clase media.
Lo mismo que el mayo francés en París, conocido por sus consignas imaginativas, su visualidad reflejada por los medios de comunicación,
su minuciosa organización (de las manifestaciones, de las ocupaciones), y su fracaso a la hora de arrastrar a los trabajadores, para los que no son
más que niños pijos con un lenguaje irreal e incomprensible.
En Francia, como en los EEUU, la generación joven es la más numerosa de la Historia. Terminarían en la autodestrucción
de las drogas, el integrismo de las religiones o como ejecutivos de las multinacionales. Su “revolución” fue un recreo.
La internacionalización del 68 se debió a la de la guerra de Vietnam, los conflictos entre extrema-derecha y extrema-izquierda, y la actitud
negativa de la autoridad frente a ciertos cambios sociales juveniles (sexualidad, costumbres...).
La primera algarada del 68 francés la protagonizaría el grupo fascista “Occident”, el 2 de mayo en la ocupada Universidad de
Nanterre, contra la comuna estudiantil, dirigida por el Comité de Acción Revolucionaria, que también tenía en contra al
sindicato estudiantil derechista FNEF y al Partido Comunista.
Su extensión se debió a su carácter básico como acción y pura expresividad verbal. Le caracterizó la violencia
y el caos, pero los sindicatos que llamaron a la huelga lo hicieron por sus propios intereses sectoriales, como reflejó la negociación del
25-27 de mayo con la patronal y el Gobierno y que culminó con los Acuerdos de Grenelle.
Esta izquierda seguirá defendiendo dictaduras personalistas tan aberrantes como las de Cuba o Corea del Norte, y por supuesto, las medievales
del Tercer Mundo, bautizadas como “progresistas” (Etiopía, Nicaragua...) y a terrorismos gansteriles como los de FARC, FMLN, ETA,
FPLP...
El 30 de mayo la multitudinaria manifestación de populismo gaullista finaliza el Mayo del 68.